Clavos Rojos: Conan desciende a los infiernos

Clavos rojos (Red Nails) fue la última historia sobre Conan el cimmerio escrita por su creador, el tejano Robert E. Howard, muy poco antes de su suicidio. Como las restantes narraciones de la saga, se publicó en la revista de ficción «Weird Tales», póstumamente, en tres entregas correspondientes a los números de julio, agosto-septiembre y octubre de 1936. Con unas dimensiones que nos permiten considerarlo más una novela corta que un relato, Clavos rojos es uno de los textos más sugestivos e intensos del escritor, redactado en una época en la cual Howard había ido apartándose del género fantástico por consejo de su agente literario, para explorar otros mercados más lucrativos económicamente. Si consideramos que esta aventura de Conan sigue por orden de publicación a La hora del dragón, ambiciosa síntesis de sus constantes argumentales, queda en evidencia que debe considerarse uno de los trabajos más maduros de un escritor joven y hasta entonces demasiado apresurado.

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Howard no inventó la fantasía heroica, pero consiguió barajar hallazgos preexistentes en autores como Burroughs, Clark Ashton Smith y Dunsany hasta dar con una formula de éxito que se ha perpetuado hasta nuestros días a través de un verdadero ejército de imitadores. No obstante, muy pocos han conseguido como él aunar horror, exotismo y aventura, combinación narrada con un instintivo don para la épica que consigue cerrar nuestros ojos ante sus imperfecciones como escritor popular de educación literaria más bien limitada. Robert E. Howard siempre estuvo muy lejos de llegar a ser un estilista, aunque muy pocos podrían haberle dado lecciones sobre cómo manejar las herramientas del arte del entretenimiento.

Seguramente nunca se ha valorado justamente la extraordinaria capacidad de Howard para, sin grandes alardes descriptivos, convertir al escenario en elemento básico de la historia. Del mismo modo que el bosque feraz y tenebroso de Más allá del Río Negro o la ciudad sitiada de La sombra del buitre se erigen en elementos de inquietud y conceden tensión al hilo narrativo, en Clavos rojos la imponente construcción de Xutchotl —más mausoleo que ciudad— reclama todo el protagonismo, cargando la trama con un clima claustrofóbico y malsano que convierte este relato de Conan en inolvidable. Al mismo tiempo, a la manera de los románticos, el paisaje arquitectónico deja de ser simple decorado para convertirse en símbolo.

Siguiendo a uno de sus escritores favoritos, Jack London, Howard reivindica la barbarie como esencia de los valores más puros del individuo, en contraposición a una civilización enferma por el germen de la decadencia. En el descenso a los infiernos que significa para Conan y Valeria su periplo por las salas de jade de Xutchotl, éstos contemplarán los restos de una civilización ya desaparecida, con una cultura y técnica altamente desarrolladas pero débiles e inoperantes, incapaces de empuñar un arma para defender sus vidas ante el empuje de pueblos más jóvenes. A su vez, sobre los despojos de Xutchotl, sus mismos verdugos irán abismándose más y más en una existencia aterrorizada, entregados a guerras intestinas, cuando no a los placeres de la crueldad. Howard, aquí, suma el pesimismo a su ya característica vena ácrata, pues nos señala que la inocencia del buen salvaje —tantas veces elogiado por él— no es una condición inalterada, que toda organización social está sometida a un proceso entrópico que conduce inevitablemente al declive y la destrucción: igual que Roma se alzó para dominar al mundo y acabó desmembrada e inerme ante el empuje de los bárbaros, todo imperio, todo pueblo, vivirá un instante de gloria que servirá sólo para señalar el comienzo de su caída.

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¿Hacen falta más alicientes? Si al lector no le basta, recordaré que Clavos rojos incluye a uno de los más importantes personajes femenino de la saga, después de Belit en La reina de la Costa Negra: Valeria. Como el gran amor de Conan, Valeria es una mujer de armas tomar en toda la amplitud de la frase, antiguo miembro de la Hermandad Roja y soldado de fortuna, deslenguada y sarcástica, capaz de hacerse ganar el respeto de sus colegas varones con algo más que sus evidentes encantos físicos. Tanto es así que, en esta historia, ejerce un papel protagónico en nada equiparable al de tantas damiselas en apuros cuya única función parece ser el convertirse en objetivo a proteger para el héroe de turno. Conan no puede dejar de sentirse atraído por su belleza, pero al mismo tiempo reconoce su pericia, aceptándola como compañera e igual.

Pero no sólo la tensión erótica entre Valeria y Conan recorre la narración desde sus primeras páginas. Con perfecta conciencia de lo que estaba haciendo —así lo testimonia su correspondencia con Lovecraft— Robert E. Howard desliza en el texto un contenido sexual poco admisible en la literatura popular de su época, con alusiones al lesbianismo y al sadismo, en la persona, sobre todo, de la princesa Tascela, atraída nada platónicamente por la recién llegada espadachina y amiga de aplicar severos correctivos a sus esclavas. Es común la búsqueda de interpretaciones sexuales en los relatos de fantasía heroica; aquí no hace falta recurrir al psicoanálisis de salón: con honradez, Howard se deshace de censuras y pone las cartas sobre la mesa, aun a riesgo de que su historia no superara la mojigata criba de sus editores, algo que no llegó a ocurrir, afortunadamente.

Invito, a quien no haya leído esta novela corta y solo conozca al personaje de Conan por los cómics y el cine, que se conceda una oportunidad para descubrir su origen literario, de la mano de su verdadero creador, embarcándose en una de esas aventuras que aceleran nuestro pulso y nos contiene el aliento: la gran puerta de Xutchotl se abre con un chirrido, mientras el óxido se desprende y las telarañas brillan ante el primer rayo de luz que en años desgarra la oscuridad…

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Ediciones en español:

Conan de Cimmeria. Traducción: Fernando Corripio. Bruguera. 1973.

Conan de Cimmeria. Traducción: Beatriz Oberländer. Forum. 1983.

Conan de Cimmeria. Traducción: Beatriz Oberländer. Martínez Roca. 1983.

Clavos rojos. Traducción: León Arsenal. Proyectos Editoriales Crom. 2001.

Revista Galaxia (Por entregas). Traducción: León Arsenal. Equipo Sirius. 2003.

Conan de Cimmeria (1935-1936). Traducción: León Arsenal. Timun Mas. 2006.

Clavos Rojos (Contiene el texto literario y la adaptación al cómic de Barry Windsor-Smith y Roy Thomas). Traducción: León Arsenal. Timun Mas y Planeta DeAgostini. 2007.

La reina de la Costa Negra y otros relatos de Conan. Traducción: Javier Fernández. Cátedra. 2012.

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