Justo por estas fechas estamos festejando el centenario del estreno de El nacimiento de una nación, la película de D.W. Griffith que fue el primer largometraje absolutamente exitoso del cine americano; una película clave en el desarrollo del lenguaje cinematográfico, sintetizando en su narración todos los recursos hallados hasta ese momento en las películas. Por supuesto, también es una de las películas mas racistas que se pueden ver, con el Ku Klux Klan como héroes y los negros convertidos en unos vagos, traidores, cobardes y violadores a los que hay que poner en cintura. Generalmente se obvia esto diciendo que era así como se pensaba en esos años. Y algo de eso hay. Pero no todo. Tras la historia de la película hay una campaña ideológica diseñada para protestar porque el gobierno federal de Estados Unidos se estaba metiendo en los estados del Sur para corregir la esclavitud encubierta de esos años.
Trabajadores negros del Sur de USA
Tras la Guerra Civil, la esclavitud era algo oficialmente del pasado en Estados Unidos. Pero no se había secado la tinta de los decretos para que, en los estados del sur, los blancos empezaran a buscar la manera de dejar esto sin efecto. Así, poco a poco, con la pasiva complicidad de los americanos del Norte –que ya estaban cansados de esa pelea agotadora– fueron despojando de los derechos a los negros, estableciendo leyes que los segregaban y dejaban convertidos en ciudadanos de segunda orden (las famosas leyes Jim Crow). Una de ellas fue establecer que los trabajadores (negros obviamente) no podían dejar el trabajo por otro a menos que su patrón lo permitiera. Otra ley decía que aquellas personas (negras) que no podían demostrar un trabajo podían ser arrestadas por vagancia. Y también -y ahí está el detalle, que diría Cantinflas- que aquellos ciudadanos presos por algún delito menor (portar armas, piropear a una mujer blanca, jugar a los dados, etc) o infracción y no pudieran pagar la multa exigida, podían ser obligados a trabajar hasta que pagaran la multa… y el estaod podía entregarlos a privados que fiaran por adelantado dicha multa. Así el condenado debía trabajar para su fiador hasta devolver el importe.
Prisioneros trabajando… seguramente para algún particular que los había «fiado»
Lo interesante era que los funcionarios encargados de imponer los pagos eran elegidos mas que nada por favores políticos y no cobraban sueldo fijo sino un porcentaje de las multas. Con lo que, a más arrestos, más ganaban. Por supuesto, eran todos blancos. Así que, si había algún empresario necesitado de mano de obra que le dijera “Necesito tantos trabajadores”, el funcionario se ponía a inventarle infracciones a cuanto pobre le cayera en el camino. Y la mayoría de los pobres eran negros que terminaban multados con sumas siderales para sus bolsillos (para hacerse la idea $25 dólares era algo así como tres meses de jornal promedio de un negro en esos años), con lo que temrinaban condenados a varios meses (o años) de trabajos forzados en campos o industrias, sometidos a condiciones inhumanas, apenas alimentados, y tratados muchas veces peor que antes de ser esclavo. Porque, cuando los negros eran esclavos, el dueño tenía que gastarse un pastón para comprarlos y no era cosa de andar destrozando el material. Pero aquí, al tener plazos cortos de usufructo, a los patrones les daba lo mismo como quedaran los comprados después. Total, no eran de su propiedad. Así que la brutalidad imperaba en todo momento. E intentar escaparse era garantía que te iban a echar los perros. Si te atrapaban, había un aumento de la pena y te iban a dar para que tuvieras. Ahora, eso sí, legalmente no eran esclavos: solo prisioneros. ¿Quejarse a la justicia? La justicia de los estados estaba en manos de justamente los tipos que los trataban mal y los tribunales del gobierno federal habían decidido que no tenían competencia en ese tipo de disputas. O sea, se lavaban las manos olímpicamente.
Un «prisionero fugado» castigado.
Para comienzos del siglo XX esta situación estaba aceptada sin discutirse en los antiguos estados confederados. Parecía que nadie haría nada.
Así vivían.
Y entonces llegó Theodore Roosevelt.
Theodore Roosevelt, Da Man…
Roosevelt llegó un poco por casualidad a la Casa Blanca, como vicepresidente de William McKinley, un cargo que le dieron los grandes electores del partido republicano para que se dejara de joder con sus políticas progresistas. Pero como a McKinley se lo cargó un anarquista en un atentado, Roosevelt ascendió a la presidencia. Y decidió que era hora que el estado se pusiera a defender a los ciudadanos, tras décadas donde la injusticia social había estado a sus anchas en Estados Unidos. Para ello se enfrentaría a los grandes monopolios corporativos que controlaban la economía yanqui en esos años, trabajaría para conseguir mejores leyes laborales para los trabajadores, empezaría a proteger la naturaleza creando los primeros parques nacionales… y empezaría a revisar las condiciones de sujeción de los negros en el sur.
No es que Roosevelt fuera un hombre absolutamente progresista de por sí: de hecho él – como la mayoría de la intelectualidad occidental en esos años – creía en la idea de la superioridad natural del blanco sobre otras razas -como la negra- en términos intelectuales. Pero también consideraba que los negros también tenían, como ciudadanos de Estados Unidos, el mismo derecho a un trato justo que los demás ciudadanos. Para eso, una de sus primeras medidas que hizo fue invitar a la Casa Blanca a Booker T. Washington , antiguo esclavo y uno de los líderes más influyentes (y moderados) de los afroamericanos de esos años. Decir que a los blancos del Sur les cayó mal es como decir que el Papa tiene leves diferencias con la homosexualidad. Básicamente con ese gesto, Roosevelt se ganó la enemistad del Sur. Pero la cosa no quedaría ahí.
El té de la discordia: Booker T. Washington y Roosevelt en la Casa Blanca
A Roosevelt le llegó el rumor de lo que ocurría con los trabajadores negros en el Sur y su sistema de esclavitud disfrazada de castigo legal. Mandó a agentes del Servicio Secreto a investigar. Con lo averiguado, más la perseverancia de un fiscal sureño empeñado en hacer justicia, y un juez que también consideraba que había que hacer las cosas correctamente, el gobierno federal empezó a montar juicios contra algunos de los personajes más ricos de la zona, acusándolos de retener contra su voluntad a los negros y someterlos a condiciones de esclavitud.
Los diarios contando lo que se descubría en el juicio.
Y, si un gesto simbólico como que un líder negro tomara el té en la Casa Blanca hizo que arreciaran las críticas, que llevara adelante unos juicios que apuntaban a la línea de flotación económica de la recuperación del Sur (sin esos negros trabajando casi gratis, la economía sureña seguiría sin recuperarse de la catástrofe del a Guerra Civil) era garantía de escándalo mayor. La furia por los juicios se amplió a niveles insospechados. Las protestas ocurrieron en todo el Sur, la ola de linchamientos y disturbios fue aterradora (sobre todo para que los negros no atestiguaran) y tanto los diarios como los políticos e intelectuales sureños juraron y perjuraron que era una persecución contra la independencia del Sur. Incluso aseguraron que eso atentaba contra le orden natural de las cosas, y que solo apoyaban los juicios los “negros vagos”, no aquellos que eran respetuosos de la ley. Porque era obvio que si el negro conocía su lugar en el orden natural de las cosas nunca desafiaría a un blanco. Desde ya ese orden nunca implicaba mejorar las condiciones de vida de los afroamericanos. Este discurso encontró un propagandista natural en Thomas Dixon Jr, que se serviría de la literatura para justificar los puntos de vista de los blancos del Sur. Y, de paso, se convertiría en autor de dos de los best sellers más importantes de la literatura norteamericana de esos años.
Continuará…
NOTA AL PIE: Para saber con más detalle del regimen de esclavitud disfrazada y los juicios que hizo Roosevelt, indispensable leer «Slavery by Another Name» de Douglas Blackmon, que dió pie para hacer esta nota. También hay un documental basado en el libro. Vayan y compren el libro si pueden. Absolutamente recomendado
Gran artículo, Roberto
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De nada Ale. Y sí, realmente estoy muy contento con como está quedando
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