Autor: VV.AA.
Colección: Series de fantasía y ciencia ficción n° 12
Edita: Lidiun, Buenos Aires, 1981
Este libro lo tuve en su momento durante mi adolescencia para desaparecer no recuerdo cómo en el tiempo (esas misteriosas desapariciones inexplicables de los libros en la biblioteca que nos pasa a cualquier lector frecuente con asiduidad). Por suerte, vía versión electrónica, lo recuperé y releí, ya que lo recordaba muy vagamente (hablamos de por lo menos dos décadas sin leerlo).
Pero vayamos cuento a cuento
Calavera en las estrellas (“Skull in the stars”, publicado originalmente en 1929) es uno de los relatos que Robert Howard escribió sobre Solomon Kane, su puritano aventurero. Kane se interna en un sendero habitado por una aparición monstruosa, que resulta ser parte de una fantasmal venganza que viene del más allá. Como siempre, Howard es terso en la acción, ágil en la narrativa, clisado en las personalidades. Y Kane siempre tiene esa mirada de vengador sin contemplaciones tan protestante…
Los tres centavos marcados (The Three marked pennies, 1934) de Mary Elizabeth Counselman es una fábula moral muy bien llevada y final inesperado. Entretenida.
El que tenía alas (He that hath wings, 1938) de Edmond Hamilton (más conocido por escribir los relatos del Capitán Futuro y los primeros guiones de la Legion de Superheroes) cuenta lo que pasaría si naciera un chico con alas. Gran metáfora sobre ser diferente y rendirse o no a la conformidad. Cuando decimos que la ciencia ficción hablaba oblicuamente de temas como la homosexualidad en años en que eso no se podía decir, este relato funciona como ejemplo pluscuamperfecto.
La distorsión que vino del espacio (The distortion out of space, 1934) de Francis Flagg, es una aportación divertida, un relato que le deben mucho a Lovecraft pero lo lleva con un tono algo más ligero. Un meteorito deja un agujero a una dimensión donde las leyes de la perspectiva no funcionan. ¿Lo habrán usado de base para ese episodio de los Simpsons donde Homero se convierte en 3 D?
La suprema abominación (The utmost abomination, 1973) es uno de esos trabajos en los que Lin Carter agarra algún fragmento o plot o idea de un autor clásico de la Weird Tales (en este caso Clark Ashton Smith) y lo escribe él. Particularmente en el caso de Clark Ashton Smith, Carter le pifia de medio a medio porque su estilo directo, que en el caso de sus “colaboraciones” con Howard resiste aceptablemente, aquí no se ajusta con esa prosa barroca y casi modernista que era típica de Smith. La historia va de un hechicero de un mundo perdido que quiere descubrir hechizos del os antiguos hombres serpientes y paga el precio transformándose en… no te cuento pero es fácil de deducir. No es un cuento horrible peor tampoco es nada para apabullarse.
Retransmisión eterna (Eternal redifussion, 1973) de Eric Frank Russel y Leslie Johnsson es una pieza mas atmosférica que narrativa sobre cómo todos mirmos y volvemos a lo mismo. Aburrida, realmente.
El que esquivaba las balas (The ducker, 1943) de un joven Ray Bradbury, ya presenta ese tono mágico que siempre le salía tan bien. La historia casi podría ser la versión fantástica de Forrest Gump, donde un soldado mentalmente de la edad de un niño de diez años se entretiene en el juego de la guerra porque sabe que no puede morir en ese juego. Habría sido un gran episodio de la Dimensión Desconocida.
El beso siniestro (The Black Kiss, 1937) es una colaboración entre Henry Kuttner y Robert Bloch, y va de criaturas malignas que se arrastran desde el mal, mansiones malvadas, ancestros que poseen a sus descendientes y el horror al cambio del cuerpo.
Finalmente El superviviente (The survivor, 1954) es otra de esas “colaboraciones” entre Lovercraft y Derleth, similar a la de Asthon Smith y Lin Carter. Aunque en este caso desentona menos porque a – Derleth es mejor escritor que Lin Carter y b – su estilo es bastante cercano al de Lovercraft. La historia va de otra mansión donde vivió un extraño médico que pareció vivir por años, investigando en la prolongación de la juventud y de su conversión en… algo horroroso.
Por cierto una duda: en mi copia electrónica indica que la traducción era de Hector Pessina (emblemático fan del género en Argentina) pero en la página de Tercera Fundación indican que la traducción pertenece a Alfredo Grassi y Horcio Belsaguy. ¿Alguien puede confirmar cuál es la posta?
En el balance, el libro no es ni una maravilla ni un desastre, apto para el consumo del fan fatal del género fantástico e incluso para el matar el rato del lector casual. Un pelín por arriba del consumo desechable promedio. Si lo encuentran léanlo que van a pasar un rato agradable.