El zorro que ríe (The Laughing Fox, 1940)

Autor: Frank Gruber

Colección: Biblioteca Oro nº 173

Edita: Molino Argentina, Buenos Aires, 1942

Johnny Fletcher y Sam Cragg son dos que viven de su habilidad para convencer a los demás que hacen bien en dejar su dinero en sus manos. Unos pícaros, vamos, listos para ganar dinero fácil (y perderlo igual de fácilmente). Johnny es el cerebro del grupo, capaz de convencer a un esquimal para que compre una nevera. Mientras Sam es su leal, forzudo y no demasiado brillante colega. Un par de tipos que andan bordeando el lado oscuro, sin pasarse a él.

Estaban sin un centavo en una pequeña ciudad, en medio de una gigantesca feria de venta de pieles de zorro cuando un tipo llevando un zorro les dijo que no tenía donde quedarse. Le ofrecieron su habitación de hotel y que fuera primero. Mala idea. Al llegar encontraron al tipo muerto de un balazo lo mismo que al zorro. Y a partir de ahí todo se complica aún mas, con jugadores de dados tramposos, millonarios de oscuros pasados, coristas devenidas en señoras de alta sociedad, dueñas de granjas de zorros muy enojadas y una misteriosa desaparición de un adolescente que lleva veinte años sin resolverse. Johhny y Sam van esquivando con astucia todo , desenredando una madeja compleja , con giros muy interesantes y volantazos inesperados. Creo que, si no fuera por el final, que no me termina de cerrar demasiado, diría que es un gran policial negro con ribetes humorísticos muy logrado. Definitivamente Johnny y Sam son una pareja carismática, que deberían ser mejor recordadas.

Otro que debería recordarse es el autor. Frank Gruber era uno de esos artesanos de la palabra con una larga carrera en los pulps, el cine y la televisión. Escribió de todos los géneros, de manera sólida , eficiente y con una chispa de estilo, aunque sus especialidades eran el policial y el western. Incluso escribió un libro sobre sus memorias en la jungla pulp, que ha sido una de las principales fuentes de primera mano para saber lo que era lidiar en esa fabrica de hamburguesas literarias que eran estas revistas durante la primera mitad del siglo XX. Si todas sus obras con como esta, nos encontramos con un tipo que sabe narrar y produce material bien escrito para el disfrute en el rato libre. Absolutamente recomendado.

Del folletín a las «dime novels»: literatura de consumo en días de revolución tecnológica

Hasta la llegada de la automatización a la industria de las artes gráficas, el libro era un objeto caro reservado para gentes acomodadas. Tal vez elijo un ejemplo extremo, al tratarse de una edición lujosamente encuadernada en piel e ilustrada con grabados, pero puede proporcionarnos una idea del importe de los libros saber que la Enciclopedia de Diderot y D’Alambert, en veintiocho volúmenes, acabó costando a sus suscriptores 980 libras de la época, equivalentes a 11.300 euros actuales. Incluso obras de entretenimiento, como las novelas de caballería, eran artículos costosos, por eso Cervantes nos confiesa que su hidalgo manchego se vio en la necesidad de vender «muchas fanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballería en que leer». Por supuesto intentaron los impresores comercializar textos populares para una clientela más amplia, de los que son muestra los pliegos de cordel, folletos impresos con pobreza y de muy pocas páginas como mucho treinta y dos, siendo habitual bastantes menos, donde se narraba en verso crímenes truculentos, hazanas de bandidos o acontecimientos históricos que atraían la atención de las masas.

cordel

La revolución industrial y la inventiva de los ingenieros a la hora de emplear la potencia del vapor para multiplicar la producción, reduciendo costes por unidad, también llegó al mundo de la imprenta. Es significativo que fuera en una naciente potencia como Estados Unidos, cuya Constitución recogía la libertad de expresión y la libertad de prensa, donde se desplegaron las más decisivas innovaciones para la estampación de publicaciones, vigentes todavía en muchos aspectos y solo sustituidas en detalles esenciales con la llegada de la tecnología digital en los años 80 del pasado siglo.

La primera prensa rotativa entró en funcionamiento en Filadelfia en 1846, aunque el invento de Richard March Hoe databa de tres años antes. Incluso aquellos primeros modelos, que habrían de perfeccionarse, eran capaces de lanzar más de diez mil impresiones por hora. Solo se necesitó el añadido, en 1863, de bobinas para la alimentación de papel y el desarrollo de guillotinas y plegadoras automatizadas para que un equipo relativamente pequeño de operarios pudiera llenar los puntos de venta de periódicos de un país entero con el trabajo de una sola noche. Como complemento definitivo, Baltimore vería, en 1886, la aparición de otro ingenio, inventado por el alemán de origen Ottmar Mergenthaler, que facilitaría en extremo el trabajo de las imprentas: la linotipia. Si hasta entonces los cajistas debían componer las páginas colocando los tipos de forma manual uno por uno, ahora podía hacerse fácil y rápido con la ayuda de un teclado.

newyork

Para 1860 el New York Herald tiraba 77.000 ejemplares diarios, una cifra sin igual hasta ese momento, mientras en el mismo año una publicación semanal como el New York Tribune vendía 200.000 ejemplares de cada número. En Estados Unidos ya había entonces una cifra superior a los dos millones de lectores diarios de prensa. Hacia la última década del siglo XIX, el número de lectores de periódicos se había multiplicado por siete y existían cabeceras que alcanzaban o superaban el millón de ejemplares, como el Daily Mail londinense, el New York World de Pulitzer o Le Petit Journal francés

Desde luego de nada habría servido la posibilidad de publicar grandes tiradas a bajo coste si no hubiera existido un público lector para adquirirlas. Pese a que las condiciones de vida de la clase obrera estaban lejos de alcanzar todavía unos mínimos de calidad y a que una educación primaria garantizada por los Estados no se generalizará en Occidente hasta después de la II Guerra Mundial, la alfabetización creció a lo largo del siglo XIX, antes en los países industrializados que en aquellos de economía preferentemente agrícola, y antes en los núcleos urbanos que en las zonas rurales. Así mismo podemos sospechar factores religiosos en la alfabetización generalizada, pues en países protestantes la lectura e interpretación individual de la Biblia es una condición importante para su credo el analfabetismo fue llamativamante inferior al sufrido en muchos países católicos. Suecia tenía alfabetización casi plena en el siglo XIX, pues desde el XVII la ley obligaba a un examen de lectura bíblica anual entre los niños para ser aceptados como miembros de la parroquia. Y lugares como los territorios alemanes y Suiza presumían de cifras excelentes, siempre más favorables entre los hombres que entre las mujeres, discriminadas en el acceso a la educación. A esos países los seguían a no excesiva distancia Gran Bretaña, Países Bajos, Austria y Francia, mientras que Italia, España alcanza el siglo XX con un 50% de analfabetismo, y algunos afirman incluso que superaba el 60% y Portugal, por ese orden, se situaban a la cola de los países atrasados en formación lectora. Solo Rusia les superaba en negativo. Con un sistema servil de sus trabajadores agrícolas que apenas se diferenciaba del feudalismo medieval, era en Europa el más agudo caso de oscurantismo educativo. Más allá del escenario europeo, Japón y Norteamerica alcanzarán pronto una situación adelantada, sobre todo después de la restauración Meiji en el caso asiático y de la Guerra Civil en el americano, aunque aquí a la discriminación sexual se añade la racial: si en 1870 solo un 20% de los ciudadanos estadounidenses blancos era analfabeto, lo era el 80% de los negros. Obviando casos particulares, como el de los países mediterráneos, a partir de 1860 las índices de alfabetización creen de forma acelerada y, para 1900, en las naciones más importantes del globo ya el 90% de la población es capaz al menos de leer.

lectores

Así, en ese siglo que tantas transformaciones presenciará, desde el ascenso de Napoleón a la muerte de la reina Victoria, de la primera locomotora a la telegrafía sin hilos, el fonógrafo y el cine, en ese siglo también de grandes cambios sociales, tenemos una nueva masa lectora que poco a poco irá aumentando su tiempo de ocio y su capacidad adquisitiva. No es necesario acudir a Charles Booth o a Jack London para recordar la existencia, está claro, de un «pueblo del abismo» explotado, excluido y hambriento, incapaz de permitirse el capricho de gastar un penique en una novelita sensacionalista; no obstante, el discurrir de las grandes ciudades superaba la dicotomía entre un puñado de empresarios y un muchedumbre obrera, e irían formándose capas intermedias. En los núcleos urbanos tenemos miles de funcionarios de la administración pública; maestros de escuela, contables y escribientes; militares, carteros y policías, mecánicos y maquinistas; taberneros y panaderos; abogados, médicos, corredores de bolsa y agentes inmobiliarios; tenderos, sastres, relojeros, orfebres, actores, músicos, periodistas… Si el público burgués aupó la novela a su condición aún vigente de género literario predilecto, ese ejército de lectores entre los funcionarios, los profesionales y los trabajadores manuales aventajados también adoptará la novela como modo de entretenimiento en sus manifestaciones más simples y estimulantes, mediante historias de amor, drama, misterio y aventura que les alejan de su aburrida cotidianidad.

Francia, con una educación que se hizo gratuita en sus primeros escalones a partir de 1833 y una prensa muy poderosa —solo debemos recordar el papel jugado en el encarnizado debate político sobre el caso Dreyfuss—, se puso a la cabeza en la producción de publicaciones populares que, además del atractivo de sus contenidos ilustrados donde desplegaban todas las maravillas del planeta, ofrecía relatos y novelas seriadas como plato habitual. En muchas ocasiones el folletín —del francés feuilleton, pequeña hoja— se convertiría en un factor importante para fidelizar a los lectores, pues seguían las desventuras de sus personajes favoritos con la pasión que hoy el público reserva para las series de televisión de mayor éxito.

Una de las cabeceras veteranas, El Journal des Débats, que había empezado a publicarse en 1789, recogió en sus páginas a partir de 1842 las noventa entregas de la obra más famosa de Eugène Sue, Los misterios de París, creando escuela, además de contar con Balzac, Hugo o Nodier. Le Siècle, de 1832, nos regaló la inmortal Los tres mosqueteros de Dumas, autor también presente en Le Monde Illustré, inaugurado en 1857, junto a Paul Féval, Theophile Gautier o George Sand. Le Gaulois, de 1868, dispuso por su parte de Maupassant y Zola en su nómina de narradores. Y quizá la publicación más simbólica de la explosión de la prensa popular sea Le Petit Journal, nacido en 1863, al alcanzar en 1890 la tirada de un millón de ejemplares, y seriar en sus páginas las novelas de drama e intriga de Émile Gaboriau y Ponson du Terrail, el padre de Rocambole.

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El folletín supuso un medio de vida para muchos autores. Algunos, como Dumas, Feval, Eugène Sue o Ponson du Terrail se convirtieron en especialistas que con frecuencia contrataban colaboradores no confesados para ayudarles a entregar sus cuota de cuartillas. Otros, como Emile Zola en Los misterios de Marsella, lo practicaron por encargo, como modo de poner un plato en su mesa al tiempo que preparaban obras de distinta ambición. Se escribía rápidamente, se hinchaba el texto con mucho diálogo y puntos y aparte, se estiraban las tramas mientras los lectores mantuvieran el interés por lo que se estaba contando.

Estamos hablando de un fenómeno universal presente en cualquier país donde se publicara prensa periódica. El formato no es indicativo de la calidad del texto, pues casi cualquier escritor de la época publicó en ese medio, llámese Dickens, Dostoyevski, Flaubert o simplemente Xavier de Montépin. Acaso su exposición fragmentada condicionó el ritmo narrativo, imponiendo la obligación de no dilatar el planteamiento y entrar pronto en materia, para así atrapar al lector en las primeras páginas, forzando la necesidad de incluir en cada capítulo algún elemento de interés y obligando a cerrar el episodio con un enigma o una escena de tensión sin resolver, con vistas a que los lectores regresaran el día siguiente. Si la novela tenía éxito, a instancias del editor debía alargarse la trama, traer nuevos personajes o intercalar episodios paralelos para así maximizar el beneficio; por el contrario, cuando el número de lectores decaía, se cerraban todos los arcos argumentales sin contemplaciones.

bovary

Si la inclusión de folletines al lado de noticias, reportajes, artículos de opinión y avisos tuvo tuvo tan buena acogida entre el público, fue consecuencia lógica que pronto surgieran revistas dedicadas a ofrecer solo ficción literaria. Una de las pioneras y más duraderas fue Blackwood’s Magazine, sobre la que el ácido Poe se permitió algunas ironías. Fundada en Edimburgo en 1817, se convirtió en vehículo de expresión de los poetas románticos, pues recogió firmas como las de Coleridge y Shelley, cedió espacio a la elegante prosa de Thomas de Quincey y contribuyó a la difusión del relato de terror, entre cuyos cultivadores se encontraban James Hogg y Margaret Oliphant. En Blackwood’s, Joseph Conrad publicó El corazón de las tinieblas.

El rey de la novela británica, Charles Dickens, fundó su propia revista, All the Year Round, donde además de seriar sus obras, entre 1859 y 1895 publicó las de otros interesantes escritores contemporáneos, como Wilkie Collins, Elizabeth Gaskell, Edward Bulwer-Lytton o Joseph Sheridan Le Fanu, con sus ya clásicos cuentos de miedo. Pero si hay un nombre que sigue siendo familiar para los lectores es The Strand, por primera vez a la venta en enero de 1891 y alcanzando pronto una tirada de 300.000 ejemplares que se mantuvo hasta los años treinta. Si las colaboraciones de escritores como H. G. Wells, Rudyard Kipling, P. G. Wodehouse o Agatha Christie no hubieran bastado para asentar su fama, mencionar que en sus páginas Arthur Conan Doyle narró las aventuras de Sherlock Holmes justificaría la excelente reputación de la revista.

En España el primer caso de una publicación de similares características fue El Artista, en el periodo 1835-1836, obviando que además de ficción llevaba entre sus contenidos artículos y críticas sobre literatura, música y artes plásticas. De existencia breve, la sustituirían de inmediato otros títulos como El Semanario Pintoresco Español o El Museo Universal.

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Aunque se confunden a menudo los términos, no es lo mismo el folletín diario que la novela por entregas semanales. Si el folletín aparecía en los faldones o en una sección del periódico, compartiendo espacio con otros contenidos, la novela por entregas se publicaba exenta, en forma de fascículos, que podían gozar de un servicio de cobro y reparto a domicilio para sus suscriptores. Como hemos señalado, ante el precio prohibitivo del libro encuadernado las clases menos pudientes tuvieron con este modo de distribución un acceso a la ficción aparentemente barato; si bien, sumando el precio de cada una de las entregas, podía descubrirse que acababa resultando bastante oneroso para el comprador y un negocio magnífico para los editores. La novela por entregas se prestaba a los vecinos, se intercambiaba, se leía en grupos, con lo cual cada fascículo acababa obteniendo un público bastante extenso.

Como el folletín diario, la novela por entregas semanal saltó fronteras y se convirtió en una práctica editorial muy extendida. Juan Ignacio Ferreras, quien ha estudiado con detalle este modo de publicación, estima que solo en España, con tasas de analfabetismo muy superiores a la media europea, como hemos dicho, hubo un centenar de autores consagrados a la redacción de estas novelas durante el periodo comprendido entre 1840 y el fin de siglo, que sumarían probablemente un par de miles de títulos, con tiradas estimadas entre 4.000 y 15.000 ejemplares. Algunos de esos autores profesionales de la novela por entregas fueron Wenceslao Ayguals de Izco, Manuel Fernández y González, Julio Nombela y Ramón Ortega y Frías. Incluso escritores después célebres, como Vicente Blasco Ibáñez, se acogieron a esta forma de comercializar sus primeras obras, como ocurrió con La araña negra, ¡Viva la República! y Los fanáticos, publicadas por entregas en el periodo que va de 1892 a 1895.

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Una variedad de la novela por entregas con personalidad propia fueron los penny dreadfuls británicos, a los que podríamos traducir como «espantos a penique». Herederos de los chapbooks vendidos por los buhoneros desde el siglo XVI, folletos de tamaño bolsillo que incluían desde almanaques a baladas, panfletos políticos o textos religiosos, el equivalente británico a aquellos pliegos de cordel hispanos, los penny dreadfuls se caracterizaron por ofrecer historias escalofriantes donde el crimen y el horror se apoderaban del argumento. Uno de los más célebres fue el consagrado a Sweeney Todd, donde se desarrollaba la extendida leyenda urbana del barbero asesino que luego elaboraba salchichas con la carne de sus víctimas. Apareció por primera vez en forma impresa entre 1846 y 1847, protagonizando el serial El collar de perlas, obra publicada anónimamente, como la mayoría de la literatura en ese formato, por lo que los estudiosos aún no se han puesto de acuerdo sobre su autoría, apostando unos por James Malcolm Rymer y otros por Thomas Preskett Prest.

A esos mismos dos autores se les adjudica, sin llegar a una conclusión, otro de los hitos de los penny dreadfuls: Varney el vampiro o El festín de sangre, novela publicada entre 1845 y 1846. En definitiva, es muy probable que, por su naturaleza puramente comercial, la redacción de estas narraciones saltara de un autor a otro, si alguna circunstancia impedía cumplir con los plazos. De lectura bastante ardua para el gusto actual, Varney el vampiro tiene el mérito histórico de ser la primera novela larga —doscientos veinte capítulos, nada menos— publicada sobre la figura del no muerto bebedor de sangre, inspirándose en el aristocrático Lord Ruthven de Polidori; aunque, al contrario que este o el Drácula de Stoker, tenemos aquí un vampiro que se lamenta de su condición, hasta el punto de cometer suicidio. Anne Rice no inventó nada.

Menos conocido para el público no anglosajón, si bien bastante original y parte del folclore londinense, es Spring-Heed Jack. Su figura nace de la pura leyenda popular, que aseguraba su condición de amenaza auténtica que se había cernido sobre Londres por primera vez en 1837. Los presuntos testigos lo describían con un aspecto aterrador, de rostro diabólico, ojos ardientes, afiladas garras y una capa como alas de murciélago, capaz de dar saltos imposibles para un ser humano. Atacaba a las personas por sorpresa sin otro objetivo aparente que el de asustarles o causarles daños, por lo que se le adjudicó un origen sobrenatural. Tan sensacional personaje, en boca de todos, no podía escapar a la atención de los autores y sus siniestras aventuras acabaron como materia para la ficción por primera vez en 1840, como obra de teatro, aunque protagonizó en 1904 un tardío penny dreadful en cuarenta y ocho entregas escritas por Alfred Burrage.

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Es muy probable que los penny dreadful, con sus llamativas cubiertas ilustradas que invitaban al paseante a soltar unas monedas para llevárselos a casa, fueran el principal modelo para las dime novel norteamericanas. Un dime (moneda de diez centavos) eran el accesible precio de unas publicaciones que empezaron a conocerse a partir de 1860, cuando los editores Erastus e Irwin Beadle lanzaron su Beadle’s Dime Novels, una serie de libritos en rústica. Se asegura que el primero de ellos, Malaeska, la esposa india del cazador blanco, vendió 65.000 ejemplares en pocos meses. No se podía desaprovechar la ocasión y se multiplicó el negocio con la aparición de nuevos títulos. Las novelas tenían una extensión de cien páginas y en un principio la cubierta era únicamente tipográfica, aunque a partir del número 29 de la colección se incorporó una ilustración xilográfica. Con la serie New Dime Novel, de 1874, esa ilustración adoptaría el color, ganando atractivo. Las dime novels crearon algunos de los primeros héroes de la literatura popular norteamericana, como Frank Reade, de 1868, un inventor que protagonizaría aventuras que hoy calificamos como ciencia ficción; The Old Sleuth, primer detective en el formato, en 1876; o Nick Carter, aparecido en 1886, hombre de acción con métodos mucho menos sutiles que los de sus colegas británicos a la hora de combatir el crimen. Donde las novelas de diez centavos obtuvieron el éxito más espectacular, sobre todo, fue el Lejano Oeste, en muchos casos inventado aventuras extraordinarias para personajes bien reales, como en el caso de Kit Carson o Buffalo Bill. Gran parte de la mitología que aún pervive sobre la vida en la frontera se forjó en aquellos años, gracias a la fantasía de escritores como Charles Averill, que en buena parte de las ocasiones jamás abandonaron sus ciudades del norte, donde estaba la industria editorial.

Buffalo bill

Las dime novels tuvieron herederos por todo el mundo y un formato casi calcado, cuando no contenía directamente traducciones de material americano. Se publicaron con bastante éxito en Alemania y Francia, con una producción propia considerable, también en Italia o España. Las novelas de Harry Dickson, que durante un largo periodo escribió Jean Ray adaptando para el mercado de lengua francesa una serie alemana original de 1907, versión apócrifa de Sherlock Holmes, es el ejemplo más recordado hoy de aquellas dime novels europeas, pero el número de sus héroes fue legión. Estas publicaciones populares, cuadernillos con una aventura única y protagonista fijo, acabaría evolucionando hasta convertirse en las revistas pulp, de las que tenemos los primeros ejemplos a partir de 1882, con las cabeceras creadas por Frank Munsey en Nueva York. Pero eso ya es otra historia y merece contarse con detalle…

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Es tarde para lágrimas (Pound of Flesh, 1953)

Autor: Simms Albert

Colección: Apasionada nº 3

Edita: Calypso, Buenos Aires, 1957

Una de las cosas interesantes que trae leer estos libros olvidados, esta literatura de derribo que es la base desde el inicio de este blog, es encontrar en ellas el trasfondo social e ideológico que trasuntan las novelas y ver cómo ha cambiado este en el tiempo. Sesenta años atrás, por ejemplo, publicar un libro que en el fondo se la pasa diciendo que las mujeres de carrera son trepadoras amorales que usan el sexo como arma de crecimiento personal a toda costa, aunque en el fondo lo que quieren es un tipo que la ame para sentar cabeza, no era un problema. Obviamente un libro así hoy día no sería aceptable excepto en círculos absolutamente misóginos, pero en aquellos años no parecía ser inconveniente, al menos a la hora de publicarse como literatura popular. No es muy difícil hacer la inferencia que esto era posible porque este tipo de pensamiento tenía mucho más apoyo entonces que ahora. Lo cual, en lo personal, se agradece.

Yendo a lo estrictamente literario, el libro es una de esas novelas de posguerra que aúna erotismo suave (que hoy no escandalizaría a nadie pero era “risque” en esos años, otra diferencia social) con una trama criminal que siempre termina con la mujer siendo culpable. Escrito eficientemente, para pasar el rato, sin nada muy delirante pero tampoco nada demasiado brillante. Una hamburguesa literaria más. Y una ni siquiera muy apetecible. De su autor no he descubierto nada en Internet, así que sospecho que o es un seudónimo o es alguien que no tuvo una carrera muy larga.

Como claramente esta reseña no los motiva demasiado a salir a buscar el libro en librerías de viejo, hagamos un resumen de la trama para ahorrarles el proceso. Kitty Sanders trabaja en una agencia de publicidad a la que llego usando sus dos talentos principales, el izquierdo y el derecho. Es la amante del jefe hasta que a este le da un ataque al corazón llegando a su casa. Kitty para evitar el escandalo lo sube a su auto y lo deja allí, aparentando que allí tuvo el ataque. Pero necesita conseguir un trabajo nuevo. Y se contacta con Moose Willard, el dueño de una empresa, hombre hecho a si mismo y un hijo de puta tiempo completo. El tipo no tiene problema en contratarla en su departamento de publicidad, con la cláusula extra que le toca ser su amante. Y kitty se vuelve su posesión. Le guste o no. Incluso aunque conoce a otro publicitario que la deja loca. Y el resto de la historia tenemos a Kitty debatiéndose en ser la amante de un tipo hijo de puta o seguir al amor y quedarse sin ni un peso. Y, como es materialista y codiciosa, no hace LO CORRECTO: casarse y ser ama de casa de su amorsh. En el medio termina liada con el cuñado del jefe, que también trabaja en el departamento de publicidad, un tipo alcohólico y débil que nunca se ha enfrentado a su jefe pero que es buena gente. Y todo termina mal cuando el jefe descubre a su cuñado y su amante mientras visitan a la esposa (y hermana) y reclama los derechos de pernada exclusiva boxeando salvajemente al cuñado. Para salvarlo, Kitty le pega un tiro y se escapa. Le pide ayuda al amor de su vida para escapar, pero él la entrega a la cana. Porque, en el fondo, una mujer así merece expiar sus culpas vieron. No que haya detenido a un tipo brutal de hacer mierda a otra persona.

Insisto, si van a meterse en este libro, háganlo con animo sociológico, para ver cuanto cambió la representación de la mujer en la cultura popular.

Antes de irme, dos datos extra: primero , las ilustraciones interiores son particularmente buenas, dibujadas por José Clemen, uno de los autores clásicos de la historieta argentina de mediados del siglo XX. Limpias, estilizadas, y con un toque sensual que no se ve seguido en estos libros. Segundo, el traductor es “Eduardo Golly” ¿Sería Eduardo Goligosky? No me asombraría.

El vampiro y otros cuentos de horror y misterio

Autor: Victor Juan Guillot

Colección: Los Exhumados nº3

Edita: Ignotas, San Andrés, 2016

La crítica literaria es caprichosa, sobre todo en lo que respecta a la permanencia en el tiempo de un autor. Que una creación sobreviva en el tiempo no tiene muchas veces que ver con la calidad sino con factores externos. De maneras misteriosas, la crítica pasa por alto a narradores que bien merecerían el reconocimiento. Después ya solo queda la autosatisfacción del iniciado en los misterios de la Facultad de Letras y del consenso literario para terminar de olvidar obras que bien podrían valer la pena, pero que terminan en manos de outsiders que hablan de estos libros en blogs, fanzines o similares lugares a que están fuera del campo (como diría Bourdieu). A lo mejor como este blog, que se mete con esa gente olvidada. A lo mejor como tipos como Mariano Buscaglia que edita libros que se salen del canon. Su colección Los exhumados justamente nos hace ese favor. Por eso merecen reseña aquí.

Y, si me preguntan, creo que el mayor rescate que ha hecho Mariano es con Victor Juan Guillot

Si por algo es recordado Guillot es por su participación como político radical en el escándalo de las tierras del Palomar, uno de los casos de corrupción más mentados durante la Decada de 1930 (conocida también como la Década Infame) en Argentina. Guillot terminó suicidándose ante las acusaciones que lo tenían como metido en las coimas. Tal vez eso haya sido lo que determinó su olvido como literato. O no. Pero que se lo olvidó se lo olvidó. Lo cual no debería ser asi.

Como bien demuestra este libro de relatos cortos, Guillot es un gran cuentista, a la par con tipos como Horacio Quiroga en su manejo no solo del fantástico sino en la creación del elemento macabro –a veces fantástico a veces no- en la cotidianeidad. El mundo de Guillot combina –al igual que Quiroga- la descripción cotidiana (sobre todo en el campo argentino de esos años) con ese algo raro o fuera de lo esperable que nos deja una puerta abierta ante las dimensiones desconocidas de nuestra vida. Una prosa tersa, ágil y al punto, a veces afectada por cierto lenguaje modernista, otras por un cierto humor macabro tongue –in – cheek  (pienso en “El alma en el pozo” el relato largo con el que termina el volumen). A veces ni siquiera el horror es un recurso fantástico: “El vado” es completamente realista y a la vez uno de las historias más terribles del libro.

Como es que nadie rescatara previamente la obra de Guillot, me deja simplemente entre anonadado y enojado con los guardianes del Conocimiento de la Literatura Argentina. No sé qué miércoles hacen, si un tipo de este nivel es olvidado.

Les urjo a comprarse este libro. Van a encontrar un narrador fabuloso de historias (de misterio y horror), uno de esos tipos a rescatar. Libros como estos son los que le dan sentido al blog.

La puerta intermedia (The Door between, 1937)

Autor: “Ellery Queen” (Frederic Dannay y Manfred Lee)

Colección: Caimán nro. 89

Edita: Diana, México, 1961

Karen Leith es una novelista exitosa y muy celosa de su vida privada. Vive en una casa de aire oriental, ya que se crio en Japón. Está comprometida con el mayor experto en cáncer de la época, con una boda inminente. Y una tarde, mientras la hija de su novio –que está de viaje por Europa- espera en la sala, ella aparece muerta en su habitación cerrada. Solo hay una manera de entrar, que es por la sala donde la chica espera. Y todas las pistas conducen a la culpabilidad de ella, pese a que sabemos (el libro en gran medida está contado desde su punto de vista) que ella es inocente.

Por suerte hay dos aliados que pueden ayudarla. Uno es Terry Ring, detective privado barriobajero, duro y listo para todo (y que parece estar perdidamente enamorado de ella). El otro es Ellery Queen, hijo del Inspector Queen de la policía, novelista, intelectual y una máquina cerebral. Juntos terminan de resolver un caso que poco a poco se va retorciendo, arrastrando historias complejas del pasado de la muerta que afectan lo que pasa. Y resolviendo un misterio de cuarto cerrado de manera bastante factible.

Esta es la novela número doce de la serie de Ellery Queen. Si, el autor es también el protagonista… Bueno, en realidad eran dos primos (Dannay y Lee) que escribían novelas problemas (de esas donde las pistas están ahí en el texto para que el lector pueda resolverlo por su cuenta si así desea). Su personaje fue muy exitoso y generó una serie de novelas, películas, programas de radio y televisión y hasta una revista de relatos policiales con el nombre del personaje como título.

Particularmente esta es una novela que es considerada como transición entre las primeras novelas, misterios clásicos de crímenes imposibles resueltos con habilidad lógica y capacidad deductiva, hacia un estilo mucho más abierto, donde la caracterización del os personajes tuviera algo mas peso. Está claro que, ya a esa altura, el policial negro estaba teniendo peso en el género y los autores (que eran aficionados al policial desde antes de escribir) consideraron que había que variar un poco la fórmula. No me asombraría que el detective privado sea su forma de adosar esa vertiente en la historia.

La novela funciona muy bien, dando volantazos y sorpresas cada tanto, para seguir atrayendo al lector. Ellery no es una máquina de pensar, sino un tipo intelectual y calmado que –a diferencia de muchísimos otros detectives cerebrales- no resulta un necio social. Incluso construye hipótesis que fallan. Que logre ese equilibro es uno de los méritos de los autores. Tal vez la historia se marre hoy día  un poco por un cierto racismo anti oriental (tranquilos, no tenemos esos momentos a lo Sax Rohmer, nada tan exagerado) que confía en determinados rasgos de la “psicología oriental” para resolver la situación final. O una de las situaciones finales, que tiene varias.

En fin, interesante comienzo de mi parte en la obra de Ellery Queen (al menos de sus autores originales, que ya había reseñado hace muchos años atrás uno de los escritos por sus sucesores). Esperemos prontamente seguir con más de su obra.

Los saqueadores (The ravagers, 1964)

Autor: Donald Hamilton

Serie: Matt Helm nº 8

Edita: Albon Internacional , Medellin / Zig zag, Santiago, 1967

Hay un colega de Helm muerto en una habitación de hotel, desfigurado con ácido. Está la esposa de un científico americano llevando a su hija y un paquete de documentos científicos por el Canadá. Documentos falsos que la inteligencia yanqui quiere que llegue a toda costa a manos de los rusos. Y por eso, Helm deberá no detener, sino ayudar en su fuga a la mujer. Todo esto sin darse a conocer y enfrentándose a las otras agencias de inteligencia americanas, que no saben sobre la operación y buscan detenerla a toda costa. Si a eso le agregamos que, al final, hay una revelación que cambia todo el juego de manera inesperada (aunque para nada forzada), tenemos otra de esas maravillosas novelas sobre este despiadado super espía.

Lo he dicho ya antes (y si no me creen, bajen el Especial Super Espias y ahí lo verán) pero las novelas de Helm son infinitamente mejor que las de James Bond, tanto en estilo como en construcción narrativa. Y esta novela confirma mi aserción: la historia es absolutamente atrapante, Helm es un tipo capaz de matar sin mucho problema e nombre del deber, de una amoralidad tristona que desemboca en un cinismo a toda prueba. Algo que le sirve perfectamente en un mundo lleno de agentes dobles, triples y cuàdruples. Todos tienen grises en sus historias. Todos traicionan y son traicionados. Y solo el muy astuto y muy desconfiado sobrevive.

Lo mejor es que, en una trama con más vueltas que el circuito de Monaco de la Formula 1, Hamilton nunca nos confunde. Incluso con personajes que s dan vuelta continuamente, uno puede seguir la historia. Y comprender el por qué de esos cambios. Incluso la revelación del final es inesperada pero a la vez muy lógica. Hamilton lo logra con una prosa seca, absolutamente deudora de tipos como Mickey Spilllane y Chandler y con un manejo de la trama muy bien planificada.

Recomiendo la lectura de esta novela… o de cualquier otra de este agente sueco-americano. Vale la pena.

¿Un Doctor Jekyll real?

El extraño caso de Robert Le Druc…o de Robert Ledruc. En la red se encuentran las dos versiones del nombre. Como para que todo sea, como corresponde, doble.

En este año se cumple un aniversario mas de la puesta en escena de la historia del dr Jekyll y Mr. Hyde (debido al enorme exito de su novela). Ese mismo año coincidió con los crimenes de Jack el Destripador y la trama quedo relacionada en la fantasia de muchos. Tal vez Jack fuera realmente un caballero correcto con una personalidad perversa insospechada.

Ese mismo año de 1888 ocurrio un crimen perfectamente real, con un asesino que no podia controlar su conducta.

El asesino es siempre la persona de la que menos se sospecha. En algunas historias policiales hasta resulta ser el mismo detective que supuestamente investiga el crimen. Agatha Cristhie escribio una novela con este final (no creo estar haciendo spoiler porque su produccion es enorme, al lector que le interese le queda el placer de buscarla releyendo sus muchos volumenes) pero en  ella el asesino simplemente finge.

Lo terrible surge cuando posee otra personalidad que no puede controlar. No hay duda de que resulta siempre un viraje impactante ,uno de los mas sorprendentes. Ni hablar si el hecho ocurre en la realidad, en medio de un crimen que tiene a todo el pais en vilo y dando lugar al mas celebre y extraño juicio en la historia de un pais (Francia en este caso) y al parecer a una extraña sentencia. En el caso del inspector Le Druc (o Ledruc) asesino y detective convivian en un solo ser,exactamente como en la novela de Robert Louis Stevenson.

Esta historia se ha contado muchas veces y para que no le falte dualidad,a veces como novela o cuento ,como en las paginas que adjunto de la revista Selecciones numero de Diciembre de 1944. (pag 75) y otras veces como hecho real, como en el blog  «La brujula verde»  que ademas cita varias fuentes sobre el tema. Las dos versiones coinciden practicamente en todo salvo en el final. Otras varian en algunos detalles pero los hechos principales son siempre coincidentes:

En el año 1888 se produce un desconcertante asesinato en la playa de St Adresse, Francia. Sobre la arena se encuentra el cadaver de un comerciante llamado Andre Monet, quien acababa de llegar con su esposa en busca de descanso y mejorar su precaria salud. Habia salido del hotel para nadar un rato pero al dia siguiente su cadaver aparecia en la playa. No le habian robado. No tenia enemigos alli pues nadie lo conocia. Su esposa dormia en el hotel mientras ocurria el asesinato. No existia entonces ningun sospechoso.

La Surete de Paris,envia a su investigador estrella Robert Le Druc. Conocido como «El idolo de los niños de Francia», Le Druc era celebre por sus brillantes investigaciones. Hombre de solido prestigio y honestidad intachable, se decia que con solo mirar una huella ya podia hacer el retrato completo de un hombre. Su talento se habia visto coronado varias veces con exitos resonantes que le estaban haciendo un lugar en la historia policiaca. Según los datos, tenia unos treinta y cinco años cuando se lo llama para resolver este caso que tiene a todo el mundo sorprendio.

Le Druc venia con el entusiasmo de siempre, aunque tambien muy estressado debido al exceso de trabajo de los ultimos tiempos, algo que puede explicar en parte lo que ocurrio despues. Veamoslo segun el relato de Selecciones:

«Al llegar a St Adresse, se hallo perplejo y confuso. La cartera del asesinado, con varios cientos de francos, estaba alli con la ropa. A la victima no se le conocian enemigos. No tenia mas herederos que su esposa. La señora de Monet habia estado aguardando a su esposo en el vestibulo del hotel hasta la madrugada. El medico forense dictamino que el crimen se habia perpetrado a las dos de la mañana. Asi pues,quedaba libre de toda sospecha.»

Viendo lo infructuoso de los esfuerzos por descubrir al criminial, Ledruc torno a sus procedimientos acostumbrados: cercó con cuerdas, en un radio de quince metros, el lugar donde estaba el cadaver y comenzo a buscar indicios. Llegó la noche. A la luz de la linterna, Ledruc descubrio lo que estaba buscando: huellas de pisadas .

Las contemplo largo rato, atonito, anonadado, mientras se formaban los moldes de yeso de las pisadas que rodeaban al cadaver.

Aquella noche la paso caminando por las calles de St Adresse: por la mañana se presento en la comisaria.

– Señores -dijo con voz apagada- he dado con la clave del crimen. Aqui tienen ustedes el molde en yeso de una huella que dejo el criminal cuando se acercaba a la victima. Vean este detalle extraño: en el pie izquierdo falta la primera coyuntura del dedo gordo. ¿Lo ven? Esta fuera de toda duda que esta es la marca de la pisada del hombre que dio muerte a Andre Monet.

Ledruc se arrodillo y se quito el zapato del pie izquierdo.

– Señores -dijo- YO soy el criminal.

Le Druc habia perdido en su niñez la coyuntura del dedo gordo del pie izquierdo,El molde de yeso de la huella correspondia exactamente con su propio pie.

En la version de La brujula verde se cuenta lo mismo pero se agrega que ademas mostro su pistola de fabricacion alemana, donde quedaban aun cuatro balas y una sola habia sido disparada recientemente. La que faltaba era la que habia dado muerte al comerciante y estaba aun en su cuerpo.

Entre las balas y las huellas coincidentes, no habia mas que agregar. Aquellas pesadillas en que se veia a si mismo cometiendo crimenes, se habian vuelto espantosa, increible realidad.

Segun La brujula, se realizó una prueba haciendo que el hombre durmiera en la comisaria, custodiado por guardas y teniendo a su lado un revolver con balas de fogueo. Efectivamente en un momento dado se levantó y disparó al pecho de sus guardianes… que hubieran caido muertos de no ser por las balas de fogueo puestas en el arma.

Podemos imaginar el estupor del publico, ya pendiente del extraño crimen sin solucion posible ante tan espectacular viraje y viniendo de alguien a quien se consideraba un genio de la investigacion policial, una persona intachable y admirada. Le Druc era el policía que se arrestó a si mismo. Pero ¿se castigaria a si mismo?

El juicio fue verdaderamente muy sonado. Ante la audiencia, su abogado logro hacer una de las defensas mas notables de la historia de Francia, argumentando que el acusado era totalmente inconsciente de lo que hacia. Era basicamente un hombre honesto que no podia luchar contra los instintos violentos que lo acosaban durante la noche, en estado de somanbulismo. Demostró, con ayuda de autoridades medicas de importancia, que el acusado era solamente peligroso durante las noches. Solo al dormirse aparecian sus deseos de matar. Durante en dia era tan cuerdo como cualquier persona normal. Igual que el doctor Jekyll, aunque sin utilizar ninguna extraña droga ,este hombre no podia controlar la personalidad peligrosa que llevaba dentro de si mismo. Escrupulosamente honesto, comprendió que era un peligro para los demas y decidio entregarse, aunque le hubiera sido facil ocultar tan increible verdad y sabiendo que podia ser condenado a la pena de muerte.

El abogado logro que el publico comprendiera esta extrañisima condicion y presento su celebre y dramatica pregunta:

«Siendo Robert Ledruc peligroso solamente mientras esta dormido ¿creen ustedes justo que muera el hombre despierto?».

El mismo dilema aparece siempre que existe una doble personalidad, aunque no sea la causa el somanbulismo. ¿Como ejecutar al hombre entero cuando solo una parte es la culpable?

En 1902 Marcel Schwob, que admiraba profundamente a Robert Stevenson y a su novela, publica Corazon Doble ,donde reelabora la historia, esta vez con un asesino de mujeres que aparece perfectamente inofensivo hasta que en medio del juicio logran hacer reflotar su personalidad oculta y el interrogante se da una vez mas:

«En cuanto se sento se produjo la reaccion. Sus mejillas empalidecieron, la cabeza cayo atras, los parpados se cerraron… y el cuerpo se desplomo inerte»

«Y el juez, de pie a su vez ante el hombre se planteo un terrible dilema : De los dos personajes a medias que tuviera ante si, uno solo era culpable y el otro no. ¡Este hombre era doble! y tenia dos conciencias: pero de ambos seres reunidos en uno solo ¿cual era el verdadero? Uno de los dos habia asesinado pero ¿era ese el ser primordial?  En el hombre doble que se habia revelado ¿Donde estaba el hombre?»

(Corazon Doble, Marcel Schowb, Centro Editor de America Latina, Bs, As  1980)

En la realidad el dilema es absolutamente mortal. Podria acabar en la guillotina con los dos seres opuestos.

Segun la version de Selecciones, Le Druc fue condenado a cadena perpetua. Sin embargo, la sentencia quedaba en suspenso desde que comenzaba el dia hasta la caida de la tarde. Desde el amanecer hasta la hora del crepusculo estaba en libertad de ir y venir y obrar a su antojo. Por la noche tenia que comparecer en la carcel, donde se lo encerraba hasta la mañana siguiente.

Durante cincuenta y un años Robert Ledruc cumplio esta extraña sentencia. Por fin se vio indultado. Una noche de 1939, poco antes del derrumbe de Francia, la muerte le abrio definitivamente la puerta de su prision.

Esta es la version de Selecciones, un modo casi salomonico de administrar justicia, un sistema bastante original, hasta poetico podriamos decir. Por algo llaman a la historia «Prisionero de la noche», pero da una impresion demasiado literaria, para creerla real.

El articulo de La brujula verde informa que simplemente se lo recluyo en una granja especial para pacientes siquiatricos. Algo mas prosaico y triste pero sin duda mucho mas probable. Ambas versiones coinciden en que este extraño personaje fallece en el año 1939.

Es toda una tentacion imaginar que muy bien pudo ser la inspiracion de Robert Stevenson, aunque es muy conocido que el decia haberse inspirado en una pesadilla (incluso Borges se habia fascinado con esta idea). Pero se sabe que a Stevenson le atraian mucho los casos de dualidad. Escribio sobre algunos mucho antes de que comenzara su historia sobre Jekyll y Hyde.

«De niño,Stevenson estaba fascinado con la historia de Brodie:un respetable carpintero durante el dia y un ladron durante la noche. Tenia una vitrina hecha por Brodie en su habitacion e incluso escribio una obra que lo tenia como protagonista. Durante toda su vida Stevenson se sintio fascinado por la «dualidad». Es el  tema de varios de sus libros predilectos y tambien esta presente en muchas de sus obras.»

(Comentario a «EL doctor Jeckill y Mr Hyde»  ed. El Ateneo, 2001)

Como dijimos al principio, en este mes de junio se cumple otro aniversario de la puesta en escena de El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr Hyde, que coincide con el año de este curiosisimo crimen. Y para que no falte ninguna forma de ambiguedad, la historia es narrada a veces como una ficcion.

 

La vuelta de Oscar Wilde (1947)

Autor: Lisardo Alonso

Colección: Rastros nro. 62

Edita: Acme, Buenos Aires

Un participante de un círculo espiritista aparece muerto en la calle, aparentemente víctima de un robo. Sin embargo, rápidamente se empieza a sospechar de un asesinato cometido por alguien del miso círculo espiritista del muerto. El problema es decidir quién y por qué ¿Es algún creyente fanático que creía que el asesinado estaba tratando de desprestigiar sus creencias? ¿Algún médium que teme que sea públicamente desenmascarado como un farsante? ¿O hay algún motivo más prosaico en tras el asesinato, algo que involucra el pasado de asesino y víctima de manera irresistible? Es con el trabajo de la fiscalía, de abogados implicados y de la policía que el caso el caso se resuelve satisfactoriamente.

Lamento decirle a quien pudiera esperar, viendo la tapa, que hay ribetes fantásticos en la novela, que esto no es así. La tapa tiene que ver con las visiones de una participante del grupo, que es considerada por demás miembros (y no solo por los pesquisantes) como una persona desequilibrada. Si bien el ámbito espiritista está bien investigado (de hecho es uno de los puntos fuertes de la historia), claramente para el autor poco hay de místico y sí mucho de fraude en ese mundillo. Dificilmente se pueda considerar a la novela (como hace le colega Carlos Abraham en su indispensable libro sobre editorial Acme) como “policial-fantástico”, a menos que consideremos que pertenece a ese subgénero que bordea al fantástico como es la “weird menace” (donde sucesos aparentemente sobrenaturales son explicados por acciones criminales perfectamente explicables, como pasa –para poner el ejemplo más conocido – con todos los casos de Scooby Doo). Aunque incluso ahí, es una clasificación laxa, porque nunca hay una intención de hacer pasar el asesinato como producto de una criatura sobrenatural: es más el ambiente en que se desarrolla la historia lo que lo acerca a lo fantástico y/ misterioso. En ningún momento se duda que el asesino es otro que una persona.

Eso no quiere decir que sea una mala novela de deducción policial. El escribano Lisardo Alonso hace un desarrollo bien cuidado de los acontecimientos, con un trabajo coral sobre la investigación policial y un claro conocimiento del sistema judicial argentino de esos años (donde tira ciertas pullas irónicas sobre este al pasar que se agradecen). La prosa es ágil y uno pasa las páginas con ganas. Incluso las explicaciones sobre el funcionamiento espiritista agregan información para resolver la historia y separar a los sospechosos. Tal vez lo que falla es la deducción de culpabilidad final: el elemento que explica todo aparece a último momento, sin estar a disposición del lector para deducir la historia por su cuenta. En ese sentido no es una novela-problema clásica. Pero más allá de ello, es una novela policial entretenida, un clásico menor de la narrativa policial argentina que bien merecería una reedición.

Sobra un cadáver (Sentence Deferred, 1939)

Autor: August Derleth

Colección: Biblioteca Oro N° 334

Edita. Molino Argneitna, Buenos Aires, 1949

El banco del pueblo de Sac Prairie quiebra y deja en bancarrota a buena parte del pueblo. Dos personas ven rojo y van a matar al dueño del banco. Y hay un incendio de la casa, que nos deja ocn un cadáver chamuscado, dos posibles culpables del asesinato que no se hacen cargo de haber quemado la casa, aunque si de querer matar al tipo. Y un tranquilo abogado de provincias, el juez Peck, que está listo para descubrir quién es el asesino… y de quién.

Cuando los aficionados piensan en August Derleth, lo hacen generalmente pensando en su papel de albacea literario y continuador de la obra de H.P. Lovercraft y divulgador de los Mitos de Cthulhu. A lo mejor, en menor medida, lo relacionan con Solar Pons, el evidente pastiche de Sherlock Holmes que creó. Pero Derleth era un escirtor prolífico que hizo mucho mas durante su carrera. Su carrera como escritor regionalista (del estado norteamericano de Wisconsin) le ha valido reconocimiento en la zona. La mítica ciudad de Sac Prairie funciono de fondo para muchos de sus relatos… incluso algunos de corte policial como este, protagonizado por otro de sus personajes, el Juez Peck.

Curioso para ver qué tal era Derleth sin el bagaje comparativo de la obra de Lovercraft o Conan Doyle, le entré a esta novela. Y me encontré con un misterio policial clásico muy sólido y bien llevado, con todas las pistas expuestas en las páginas para que el lector pueda intentar descubrir al culpable antes que el autor. Digamos en favor de Derleth que poco antes del final el lector recién puede hacerse una idea de quién es realmente el culpable. Muy entretenido, muy bien escrito. Claramente Derleth merece ser recordado más que por sus pastiches cthulianos.

Cuatro para la morgue (The fatal foursome/About face, 1947)

Autor: Frank Kane

Colección: Nueva linterna n° 24

Edita: Malinca, Buenos Aires, 1959

Johnny Liddell, investigador privado trabajando para una agencia de detectives, está en Los Angeles. Su objetivo: encontrar sin que la prensa se entere a una joven estrella de Hollywood desaparecida. Pero, antes que lo encuentre, el tipo aparece muerto en un accidente de auto, que lo deja convertido en un cadáver quemado hasta la irreconocibilidad. Todo eso implicaría el fin del caso… hasta que tres muertes de implicados con el actor ponen las cosas mucho más complejas de lo que parecen y nos llevan a un giro bastante inesperado, donde las cosas que uno esperaba que fuera no lo son.

Esta es la primera novela de las muchas que protagonizara con los años Liddell, el personaje con el que más se identifica en los círculos de conocidos a Frank Kane. Liddel está cortado en el molde clásico del detective de serie negra: es como un Phillip Marlowe de la B. No es que sea un mal personaje, simplemente que no tiene muchas más diferencias con esos detectives. Y la novela es una obra sólida y bien entretenida, con una periodista femenina que nunca es tratada condescendientemente ni es rebajada a interés amoroso, sino que es un personaje con peso en si misma y un forense relajado y con cierto sentido del humor negro.

La trama es sólida, con varias vueltas bien llevadas y un final que va hacia un final medio inesperado de manera bien llevada. Un buen ejemplo de narrativa de género sin pretensiones pero bien hecha. O sea otra buena hamburguesa literaria, de esas que hacen que tenga un buen rato leyéndola, sin sufrirla.

Buscaremos más novelas de Kane. Parece un autor a repasar.