Autor: Lisardo Alonso
Colección: Rastros nro. 62
Edita: Acme, Buenos Aires
Un participante de un círculo espiritista aparece muerto en la calle, aparentemente víctima de un robo. Sin embargo, rápidamente se empieza a sospechar de un asesinato cometido por alguien del miso círculo espiritista del muerto. El problema es decidir quién y por qué ¿Es algún creyente fanático que creía que el asesinado estaba tratando de desprestigiar sus creencias? ¿Algún médium que teme que sea públicamente desenmascarado como un farsante? ¿O hay algún motivo más prosaico en tras el asesinato, algo que involucra el pasado de asesino y víctima de manera irresistible? Es con el trabajo de la fiscalía, de abogados implicados y de la policía que el caso el caso se resuelve satisfactoriamente.
Lamento decirle a quien pudiera esperar, viendo la tapa, que hay ribetes fantásticos en la novela, que esto no es así. La tapa tiene que ver con las visiones de una participante del grupo, que es considerada por demás miembros (y no solo por los pesquisantes) como una persona desequilibrada. Si bien el ámbito espiritista está bien investigado (de hecho es uno de los puntos fuertes de la historia), claramente para el autor poco hay de místico y sí mucho de fraude en ese mundillo. Dificilmente se pueda considerar a la novela (como hace le colega Carlos Abraham en su indispensable libro sobre editorial Acme) como “policial-fantástico”, a menos que consideremos que pertenece a ese subgénero que bordea al fantástico como es la “weird menace” (donde sucesos aparentemente sobrenaturales son explicados por acciones criminales perfectamente explicables, como pasa –para poner el ejemplo más conocido – con todos los casos de Scooby Doo). Aunque incluso ahí, es una clasificación laxa, porque nunca hay una intención de hacer pasar el asesinato como producto de una criatura sobrenatural: es más el ambiente en que se desarrolla la historia lo que lo acerca a lo fantástico y/ misterioso. En ningún momento se duda que el asesino es otro que una persona.
Eso no quiere decir que sea una mala novela de deducción policial. El escribano Lisardo Alonso hace un desarrollo bien cuidado de los acontecimientos, con un trabajo coral sobre la investigación policial y un claro conocimiento del sistema judicial argentino de esos años (donde tira ciertas pullas irónicas sobre este al pasar que se agradecen). La prosa es ágil y uno pasa las páginas con ganas. Incluso las explicaciones sobre el funcionamiento espiritista agregan información para resolver la historia y separar a los sospechosos. Tal vez lo que falla es la deducción de culpabilidad final: el elemento que explica todo aparece a último momento, sin estar a disposición del lector para deducir la historia por su cuenta. En ese sentido no es una novela-problema clásica. Pero más allá de ello, es una novela policial entretenida, un clásico menor de la narrativa policial argentina que bien merecería una reedición.