De cómo nace una nación – parte 3 (Y final)

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Si han venido siguiendo esta serie de artículos (y sino, pues vayan aquí y aquí) a esta altura sabrán que The Clansman, la novela de Thomas Dixon que le daba chapa al Ku Klux Klan como reconstructores del Sur pos guerra Civil, enfrentándose a los negros recién liberados que pedían (¡horror de horrores! ) igualdad ante la ley para ellos. Novela publicada cuando estaban recién terminados unos juicios que ponían en tela de juicio un sistema de trabajo forzado aplicado en el sur sospechosamente parecido a la esclavitud. Juicios que terminaron con condenas casi simbólicas y un maquillaje de las leyes para que fuera más “legal” el proceso pero que, en la mejor tradición gatopardista, cambiaron poco y nada la situación de los negros del Sur. Roosevelt perdería así el combate con la segregación sureña.

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La caballería al rescate: El Klan carga contra los negros en The Birth of a Naiton.

De hecho, para 1913, llegaría a la presidencia norteamericana un político reconocido por sus ideas supremacistas. Me refiero al amigo de Thomas Dixon, el demócrata Woodrow Wilson, que ganó la elección porque el partido republicano se presentó dividido entre los que apoyaban al presidente saliente, Howard Taft y lo que apoyaban a Theodore Roosevelt, que no había sido apoyado por su partido y se jugó a ser candidato por un partido independiente. Woodrow era un segregacionista convencido. Si antes de s presidencia, los negros tenían pocas opciones de conseguir justicia de parte del gobierno federal, ahora eso se había reducido a cero.

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David Wark Griffith

Mientras tanto aparecía un nuevo medio de comunicación: el cine. Y en esos años, un antiguo actor devenido en director estaba teniendo mucho éxito. Su nombre David Wark Griffitth. Griffith, nacido en Kentucky en 1875, también venía de una familia blanca que había sufrido las consecuencias de la guerra civil. Y desde ya en su familia también había sufrido las tragedias del período inmediatamente posterior y había sentido que solo el Klan los había protegido.

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Los negros amañaban elecciones. Claro, por eso no había que dejarlos votar…

Convertido en actor profesional, Griffith descubriría el nuevo medio y, primero como actor y luego como director, empezaría a trabajar en las películas. Poco a poco fue usando todos los recursos cinematográficos del momento, tratando de contar historias cada vez más complejas. Para mediados de la década, Griffith quería intentar algo nunca hecho por el cine americano en esos años: una superproducción larga y épica. Necesitaba un libro lo suficientemente exitoso para adaptar. Y halló The Clansman.

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Ni para villanos servían: actores blancos hacen de negros en Birth…

Griffith no escatimó esfuerzos ni presupuesto para desarrollar la película. Se calcula que gastó aproximadamente $110.000 dólares de esos años en el rodaje del filme. Griffith puso todo su conocimiento técnico detrás de su obra y todavía hoy el filme es considerado como LA película que definiría estilísticamente al cine norteamericano clásico, la obra que compiló su vocabulario básico. Los actores fueron elegidos básicamente del repertorio estable del director. Eso sí: conseguir extras negros fue muy difícil (no se me ocurre por qué =) con lo que hubo que recurrir a actores blancos con las caras pintadas de negro. Por cierto, que el protagonista masculino, el actor Henry Walthall, había en su juventud ayudado a su tío sheriff a capturar negros “prófugos” en el sistema que contamos en la primera parte de esta nota.

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Henry Walthall, héroe de la película y antiguo venddedor de mano de obra condenada porque sí.

La película (titulada Birth of a Nation, en español El nacimiento de una nación) tuvo su premiere el ocho de febrero de 1915 en Los Angeles y su estreno oficial el 3 de marzo siguiente. Y fue un éxito absoluto: llegó a recaudar 3 millones de dólares, una cifra fenomenal en esa época. Desde ya que hubo polémica: hubo protestas a favor y en contra de la visión histórica que presentaba Griffith. De hecho sería la primera película que se proyectó en la Casa Blanca, en una función a la que el presidente Wilson asistió.

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Dos recortes que dejan claro que los negros estaban un pelín enojados…

Otra de las consecuencias que traería el éxito del largometraje sería el renacimiento del Ku Klux Klan. El primer Klan había sido reducido en la década de 1870. Peor en 1915, el éxito de la película haría que se refundara. Incluso mucha de la iconografía clásica que hoy conocemos del Klan (los trajes blancos encapuchados, la cruz en llamas) proviene de la novela y la película, porque el primer Klan no tenía eso establecido en ningún lado. Este Klan no solo sería anti negro: también sería anti inmigrante, anti semita, anti católico, prohibicionista y anticomunista. En la primera mitad de la década de 1920 se convertiría en un movimiento de masas hasta que varios escándalos entre sus líderes lo harían desaparecer como una fuerza política para convertiré en lo que es al día de hoy: un grupúsculo marginal en la política americana.

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Una reunion del Ku Klux KLan real allá por los años veinte.

Thomas Dixon se opuso públicamente a este segundo Klan, con quien no compartía su anticatolicismo y antisemitismo. Siguió escribiendo novelas y perdería con el tiempo la fortuna ganada con sus éxitos, muriendo pobre en 1946. D. W. Griffith decidió responder a los críticos de su película con Intolerancia (Intolerance, 1916) un lujoso espectáculo que hablaba sobre los efectos de la intolerancia en la historia. Si bien también es considerada un clásico, el filme no recuperó sus costos. En la década siguiente su estilo narrativo quedaría pasado de moda. El cine sonoro lo relegaría definitivamente al pasado. Murió en 1948 olvidado, aunque ha sido econocido por la historia como uno de los grandes directores cinemátográficos, el tipo que resumió todas las búsquedas estilísticas hasta ese momento y las puso juntas por primera vez.

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El sistema de ceder a prisioneros (casi siempre negros) para trabajar y así pagar su condena siguió existiendo en el Sur hasta la Segunda Guerra mundial. Las leyes segregacionistas siguieron existiendo hasta los primeros años de la década de 1960. Hoy, cien años después del estreno de El Nacimiento de una Nación, un presidente negro gobierna Estados Unidos. Me pregunto qué pensaría Thomas Dixon y D.W. Griffith al respecto. Les daría un soponcio, sospecho.

Por cierto, tanto las novelas de Tomas Dixon como la película están ya en dominio público.

Si quieren leer (en inglés) las novelas, pueden ir a:

The Leopard’s Spots

The Clansman

Si quieren ver (y/o descargar) La película vayan a

The Birth of a Nation

De cómo nace una nación – Parte 2

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Estamos en 1902, en medio de un clamor sin precedentes por los juicios que el gobierno federal de Estados Unidos (que preside Theodore Roosevelt) está haciendo en los antiguos estados confederados. El gobierno acusaba a varios prominentes propietarios e industriales locales de beneficiarse de un sistema legal de cuasi esclavitud para aplicar trabajos forzados a gente acusada de delitos de manera aleatoria, mayoritariamente negros (Para más detalles vayan y lean la primera parte de esta nota siguiendo el link).

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EL SEÑOR DIXON

El escándalo era, como podrán imaginarse, de órdago. Las editoriales en los diarios sudistas se llenaban de invectivas contra lo que consideraban una injustificada intromisión en los asuntos locales, para defender a unas criaturas que – todos sabían – eran evidentemente inferiores a los hombres blancos y que debían ser controladas y dirigidas. En medio de todo el escándalo, aparecería un libro de ficción. Su nombre: The Leopard’s Spots. Su autor, Thomas Dixon, Jr.

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NEGROS ENOJADOS CON LOS BLANCOS: EL TERROR DEL SEÑOR DIXON

Dixon había nacido en 1864 en Carolina del Norte y creció bajo el período inmediatamente posterior a la Guerra Civil, cuando el descalabro en el Sur era rampante. El ejército de la Unión se comportaba como un ejército de ocupación, la liberación de los esclavos había dejado en la ruina a la economía y la corrupción campaba a sus anchas. Su padre y tío fueron por un tiempo parte del Ku Klux Klan, que según su familia eran “su gente, la que nos protegen de que nos hagan daño”. Estos años marcarían profundamente su visión del mundo, una que glorificaba un Sur mítico donde los blancos eran unos amos buenos y los negros vivían felizmente en la esclavitud y que destrozó una Guerra Civil insensata.

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EN LA NOVELA THE CLANSMAN HAY POLITICOS QUE LUCHAN CONTRA LA INTEGRACION… POLITICOS COMO MISTER DIXON

Dixon fue un alumno brillante. Durante sus años como escolar se haría amigo de otro alumno llamado Woodrow Wilson. Ojo a este nombre, muchachos. Pero en 1884 dejaría la universidad para dirigirse a Nueva York para probar suerte como actor y periodista. Si bien no era mal actor, se dio cuenta que lo suyo era más escribir. Volvería al Sur y terminaría una carrera de abogado. Tras un paso por la política, decidió que lo que realmente quería ser era predicador. Se ordenaría como pastor bautista y comenzaría una exitosa carrera predicando, donde sus habilidades oratorias lograban gran éxito.

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Un día fue a ver una representación teatral de La cabaña del tío Tom y se quedó asqueado por la forma en que retrataban a los sureños en ella –digámoslo a su favor: los personajes de la novela de Harriet Beecher Stowe son más encarnaciones de arquetipos que personas, y generosamente les podemos decir “bidimensionales” -. Y decidió que había que escribir algo para contrarrestar esto. Así en 1902 publicaría “The Leopard’s Spots”, donde básicamente argumentará que son los negros liberados y los blancos igualitarios los que están destruyendo al sur. Incluso nombrará al blanco que apoya a los negros Simon Legree, igual que el esclavista principal de la Cabaña del tío Tom, manteniendo su maldad primigenia pero cambiando de lado. Finalmente, deberá surgir el Ku Klux Klan para detener los abusos de Legree y sus secuaces negros. Veinte años después, un segundo problema similar traerá a una nueva generación abogando (y triunfando) por una política supremacista que separe a blancos y negros.

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EL SEÑOR DIXON DE VIEJO

El libro consiguió un éxito popular sin precedentes y no solamente en los estados del Sur. Su novela llegó a vender un millón de ejemplares. Fue otro paso más en la presión ejercida para que se enterrara los casos por esclavitud encubierta, que poco a poco fue minando a la administración Roosevelt. Finalmente habría condenas simbólicas de multas irrisorias y apenas habría cambios cosméticos al sistema.

Dixon, Thomas - The Clansman

Pero para entonces Dixon se había ya convertido en un novelista de éxito. Tras escribir “The One Woman: A story of modern Utopia” (1903) –donde se dedicaba a mostrar los peligros del socialismo- , escribió la continuación de su primer novela. El resultado sería The Clansman, donde volvemos a encontrarnos con los negros que están haciendo desastres tras la Guerra civil, apoyados por blancos del norte vengativos (pero NO por Lincoln, que aparentemente no quería liberar a los negros e hizo la guerra civil porque lo obligaron). Y por supuesto la única opción para evitar que los negros destruyan las residencias blancas, violen a las mujeres y aniquilen al Sur es que aparezcan los ensabanados del Ku Klux Klan – encabezados por ben Cameron, ex oficial confederado y héroe de la historia – para poner en orden a los revoltosos.

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KKK, SALVADORES DEL SUR, SEGUN «THE CLANSMAN»

El libro – incluso vendiéndose a un dólar y medio, un valor muy alto en esos años- fue un nuevo éxito, convirtiéndose en un verdadero best seller. Incluso el propio hijo de Lincoln , Robert, lo alabó públicamente. Aprovechando esto, Dixon adaptó ambas novelas en una obra de teatro que también cosechó salas llenas en todos lados donde se estrenaba. Aunque hubo voces disidentes que criticaban a la novela y la obra de teatro – su propio hermano, el reverendo A. C. Dxon, dijo que la obra de teatro era una cosa “podrida y horrible” – parecía que la gran mayoría de los norteamericanos –en el Sur y en el Norte – estaban de acuerdo con el segregacionismo y la mirada romántica sobre el sur de preguerra (donde todo era bueno cuando los blancos eran los malos y los negros los esclavos) que pululaba por las páginas del melodrama de Dixon. Uno de los que estuvo ahí en medio de ese éxito era un joven actor de teatro que empezaba a tener contacto con un nuevo medio. El nuevo medio era el cine. El actor, un tal David Wark Griffith.

Continuará…

De cómo nace una nación – Parte 1

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Justo por estas fechas estamos festejando el centenario del estreno de El nacimiento de una nación, la película de D.W. Griffith que fue el primer largometraje absolutamente exitoso del cine americano; una película clave en el desarrollo del lenguaje cinematográfico, sintetizando en su narración todos los recursos hallados hasta ese momento en las películas. Por supuesto, también es una de las películas mas racistas que se pueden ver, con el Ku Klux Klan como héroes y los negros convertidos en unos vagos, traidores, cobardes y violadores a los que hay que poner en cintura. Generalmente se obvia esto diciendo que era así como se pensaba en esos años. Y algo de eso hay. Pero no todo. Tras la historia de la película hay una campaña ideológica diseñada para protestar porque el gobierno federal de Estados Unidos se estaba metiendo en los estados del Sur para corregir la esclavitud encubierta de esos años.

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Trabajadores negros del Sur de USA

 

Tras la Guerra Civil, la esclavitud era algo oficialmente del pasado en Estados Unidos. Pero no se había secado la tinta de los decretos para que, en los estados del sur, los blancos empezaran a buscar la manera de dejar esto sin efecto. Así, poco a poco, con la pasiva complicidad de los americanos del Norte –que ya estaban cansados de esa pelea agotadora– fueron despojando de los derechos a los negros, estableciendo leyes que los segregaban y dejaban convertidos en ciudadanos de segunda orden (las famosas leyes Jim Crow). Una de ellas fue establecer que los trabajadores (negros obviamente) no podían dejar el trabajo por otro a menos que su patrón lo permitiera. Otra ley decía que aquellas personas (negras) que no podían demostrar un trabajo podían ser arrestadas por vagancia. Y también -y ahí está el detalle, que diría Cantinflas- que aquellos ciudadanos presos por algún delito menor (portar armas, piropear a una mujer blanca, jugar a los dados, etc) o infracción y no pudieran pagar la multa exigida, podían ser obligados a trabajar hasta que pagaran la multa… y el estaod podía entregarlos a privados que fiaran por adelantado dicha multa. Así el condenado debía trabajar para su fiador hasta devolver el importe.

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Prisioneros trabajando… seguramente para algún particular que los había «fiado»

Lo interesante era que los funcionarios encargados de imponer los pagos eran elegidos mas que nada por favores políticos y no cobraban sueldo fijo sino un porcentaje de las multas. Con lo que, a más arrestos, más ganaban. Por supuesto, eran todos blancos. Así que, si había algún empresario necesitado de mano de obra que le dijera “Necesito tantos trabajadores”, el funcionario se ponía a inventarle infracciones a cuanto pobre le cayera en el camino. Y la mayoría de los pobres eran negros que terminaban multados con sumas siderales para sus bolsillos (para hacerse la idea $25 dólares era algo así como tres meses de jornal promedio de un negro en esos años), con lo que temrinaban condenados a varios meses (o años) de trabajos forzados en campos o industrias, sometidos a condiciones inhumanas, apenas alimentados, y tratados muchas veces peor que antes de ser esclavo. Porque, cuando los negros eran esclavos, el dueño tenía que gastarse un pastón para comprarlos y no era cosa de andar destrozando el material. Pero aquí, al tener plazos cortos de usufructo, a los patrones les daba lo mismo como quedaran los comprados después. Total, no eran de su propiedad. Así que la brutalidad imperaba en todo momento. E intentar escaparse era garantía que te iban a echar los perros. Si te atrapaban, había un aumento de la pena y te iban a dar para que tuvieras. Ahora, eso sí, legalmente no eran esclavos: solo prisioneros. ¿Quejarse a la justicia? La justicia de los estados estaba en manos de justamente los tipos que los trataban mal y los tribunales del gobierno federal habían decidido que no tenían competencia en ese tipo de disputas. O sea, se lavaban las manos olímpicamente.

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Un «prisionero fugado» castigado.

Para comienzos del siglo XX esta situación estaba aceptada sin discutirse en los antiguos estados confederados. Parecía que nadie haría nada.

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Así vivían.

Y entonces llegó Theodore Roosevelt.

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Theodore Roosevelt, Da Man…

Roosevelt llegó un poco por casualidad a la Casa Blanca, como vicepresidente de William McKinley, un cargo que le dieron los grandes electores del partido republicano para que se dejara de joder con sus políticas progresistas. Pero como a McKinley se lo cargó un anarquista en un atentado, Roosevelt ascendió a la presidencia. Y decidió que era hora que el estado se pusiera a defender a los ciudadanos, tras décadas donde la injusticia social había estado a sus anchas en Estados Unidos. Para ello se enfrentaría a los grandes monopolios corporativos que controlaban la economía yanqui en esos años, trabajaría para conseguir mejores leyes laborales para los trabajadores, empezaría a proteger la naturaleza creando los primeros parques nacionales… y empezaría a revisar las condiciones de sujeción de los negros en el sur.

No es que Roosevelt fuera un hombre absolutamente progresista de por sí: de hecho él – como la mayoría de la intelectualidad occidental en esos años – creía en la idea de la superioridad natural del blanco sobre otras razas -como la negra- en términos intelectuales. Pero también consideraba que los negros también tenían, como ciudadanos de Estados Unidos, el mismo derecho a un trato justo que los demás ciudadanos. Para eso, una de sus primeras medidas que hizo fue invitar a la Casa Blanca a Booker T. Washington , antiguo esclavo y uno de los líderes más influyentes (y moderados) de los afroamericanos de esos años. Decir que a los blancos del Sur les cayó mal es como decir que el Papa tiene leves diferencias con la homosexualidad. Básicamente con ese gesto, Roosevelt se ganó la enemistad del Sur. Pero la cosa no quedaría ahí.

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El té de la discordia: Booker T. Washington y Roosevelt en la Casa Blanca

A Roosevelt le llegó el rumor de lo que ocurría con los trabajadores negros en el Sur y su sistema de esclavitud disfrazada de castigo legal. Mandó a agentes del Servicio Secreto a investigar. Con lo averiguado, más la perseverancia de un fiscal sureño empeñado en hacer justicia, y un juez que también consideraba que había que hacer las cosas correctamente, el gobierno federal empezó a montar juicios contra algunos de los personajes más ricos de la zona, acusándolos de retener contra su voluntad a los negros y someterlos a condiciones de esclavitud.

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Los diarios contando lo que se descubría en el juicio.

Y, si un gesto simbólico como que un líder negro tomara el té en la Casa Blanca hizo que arreciaran las críticas, que llevara adelante unos juicios que apuntaban a la línea de flotación económica de la recuperación del Sur (sin esos negros trabajando casi gratis, la economía sureña seguiría sin recuperarse de la catástrofe del a Guerra Civil) era garantía de escándalo mayor. La furia por los juicios se amplió a niveles insospechados. Las protestas ocurrieron en todo el Sur, la ola de linchamientos y disturbios fue aterradora (sobre todo para que los negros no atestiguaran) y tanto los diarios como los políticos e intelectuales sureños juraron y perjuraron que era una persecución contra la independencia del Sur. Incluso aseguraron que eso atentaba contra le orden natural de las cosas, y que solo apoyaban los juicios los “negros vagos”, no aquellos que eran respetuosos de la ley. Porque era obvio que si el negro conocía su lugar en el orden natural de las cosas nunca desafiaría a un blanco. Desde ya ese orden nunca implicaba mejorar las condiciones de vida de los afroamericanos. Este discurso encontró un propagandista natural en Thomas Dixon Jr, que se serviría de la literatura para justificar los puntos de vista de los blancos del Sur. Y, de paso, se convertiría en autor de dos de los best sellers más importantes de la literatura norteamericana de esos años.

 Continuará…

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NOTA AL PIE: Para saber con más detalle del regimen de esclavitud disfrazada y los juicios que hizo Roosevelt, indispensable leer «Slavery by Another Name» de Douglas Blackmon, que dió pie para hacer esta nota. También hay un documental basado en el libro. Vayan y compren el libro si pueden. Absolutamente recomendado