Tal vez guiados por las opiniones de contemporáneos como Larra, que atribuía el éxito de la Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas al mal gusto del público, o Mesonero Romanos, que en sus memorias solo le concede el valor de entretenimiento sin demasiado fondo en una época creativamente anodina, durante mucho tiempo el discurso académico apenas prestó atención a la obra de Agustín Pérez Zaragoza, objeto como mucho de unas pocas líneas en sus historias de la literatura. Fue más ocupación de glosadores de la ficción macabra mantener vivo su recuerdo. Casi ninguna antología consagrada a la literatura fantástica española ha dejado de incluir alguna de las narraciones de la Galería fúnebre, y también lo han hecho otras recopilaciones más generales. La primera fue la firmada por Juan J. López Ibor para Labor, Antología de cuentos de misterio y terror (1958), donde aparecía «Bristol o el carnicero asesino». Es sintomática la carencia de cualquier dato biográfico sobre Zaragoza en las notas que, dentro de este libro, se dedican a introducir la figura de cada uno de los autores seleccionados. Muy influyente fue Cuentos de Terror (1963), preparada por Rafael Llopis para Taurus y luego reeditada con algunos cambios en el sumario por Alianza Editorial, donde aparece «La princesa de Lipno o el retrete del placer criminal». La elección de José Luis Guarner en su Antología de la literatura fantástica española (1969), de Bruguera, fue «Dompareli Bocanegra», mientras para la Antología de terror clásico español (1984), de Forum, Carlos José Costas seleccionó «La duquesa de Malfi» y «Blanca María o la condesa de Celán». Curiosamente, la Antología española de literatura fantástica (1992), preparada por Alejo Martínez Martín para Valdemar, renuncia a la participación de Pérez Zaragoza, tal vez porque ya había empezado a correrse la voz de la discutible originalidad de sus relatos. Otras antologías más recientes, como Panteón del gótico español (2016), no han sentido tales escrúpulos.
Lo curioso es que, pese a la presencia de los contenidos de Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas en tantas colecciones de relatos, la obra completa nunca se ha reeditado en forma impresa y el interesado o estudioso hoy debe recurrir a ediciones digitales, como la que ofrece la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Luis Alberto de Cuenca lo intentó en 1977 para la colección Biblioteca de Visionarios, Heterodoxos y Marginados, de Editora Nacional; pero hubo de contentarse con un único volúmen que recogía exactamente la mitad de la obra original. Al menos esta edición sirvió no solo para acercar un poco a los lectores unos textos hasta entonces retenidos en los anaqueles de los bibliófilos afortunados, sino también para iniciar una investigación algo más concienzuda sobre la biografía de su autor. Antes de que Luis Alberto de Cuenca redactara el prólogo de su edición, solo Juan Ignacio Ferreras se había ocupado de su figura con algún detalle en Los orígenes de la novela decimonónica (1973).
Esta lectura parcial de la Galería fúnebre, para la mayoría, y el desconocimiento de las circunstancias de su creación, así como el olvido de otras obras similares escritas por plumas españolas en ese periodo, crearon la impresión de que se trataba una obra excepcional en nuestra literatura. Sabemos ahora que no es así, gracias al trabajo de nuevos investigadores como Míriam López Santos, entre otros. La novela gótica gozó de cierto predicamento entre los lectores españoles en un momento en el que la novela misma se convertía en el género predilecto de la burguesía en toda Europa. Y ese éxito se correspondió con la traducción de no pocas obras inglesas y francesas, al tiempo que se alentaba una producción propia que poco a poco ha ido desempolvándose de los rincones poco transitados de las bibliotecas, como La urna sangrienta, o El panteón de Scianella y La torre gótica, o El espectro de Limberg, de Pascual López y Rodríguez.
Con todo, apenas se sabía algo de Agustín Pérez Zaragoza, primer puntal recordado durante casi dos siglos de la novela gótica española. La aportación de Luis Alberto de Cuenca en 1977 fue listar sus obras adormecidas en los anaqueles de la Biblioteca Nacional, recuperar los comentarios que habían suscitado entre críticos y eruditos, y entresacar algo de información de las escasas líneas que el propio Pérez Zaragoza dedicó a sí mismo. Todo ello apenas sumaba nada.
Desde entonces la digitalización de hemerotecas nos ha ayudado mucho, porque más allá de lacónicas confesiones dentro de sus propios escritos, la mayor parte de cuanto hemos llegado a saber de Agustín Peréz Zaragoza se encuentra en boletines oficiales y notas de prensa. No tuvo amigos que le redactaran un panegírico o enemigos tan cercanos como para usar lo personal en un ataque. Nadie nos contó su vida y, en lo que se refiere a su esfera más íntima, lo desconocemos casi todo. Juntando las piezas desperdigadas del puzzle, llegamos a la conclusión de que nació alrededor de 1780, aunque desconocemos dónde y en qué fecha exacta. En algunos textos escritos en el extranjero suspira por regresar al lado del Bidasoa, lo que no haría absurdo pensar en un origen guipuzcoano o navarro. También se nos escapan las circunstancias de su muerte.
Tuvo algún cargo público durante el reinado de Carlos IV y se puso del lado de los ocupantes franceses durante la Guerra de la Independencia, aunque él se justificaría a posteriori asegurando que su intención era servir mejor a los españoles desde dentro de las filas enemigas. Temeroso de las represalias, en 1813 se vio obligado a huir más allá de los Pirineos, probablemente a Burdeos, antes del regreso al trono de Fernando VII con la firma del Tratado de Valençay. En los años previos a la guerra, Zaragoza había demostrado inquietudes artísticas; de hecho se conservan partituras de composiciones musicales publicadas, como un minué para guitarra datado alrededor de 1801. Aseguraba haber sido un escritor prolífico y que el aprecio por sus textos le habían granjeado el favor de la autoridad y el cargo que ostentaba; si es cierto, toda obra anterior a la guerra se ha perdido y no conocemos ni los títulos.
En la época amarga del exilio, cuando incluso llegó a considerar el suicidio, volcó sobre el papel el primer texto del que sí tenemos noticias. Proclamaba haber encontrado consuelo a su desdicha en la religión y de esta hace apología en su libro publicado primero en Francia y luego reimpreso en Madrid en 1820: El fruto de la Religión en la desgracia o Reflexiones filosófico-morales de un español expatriado, víctima de opiniones políticas, escritas para consuelo de la humanidad afligida. Dedicadas a la tierna y generosa madre patria. Claro que siempre cabe la sospecha de que sea un escrito de descargo ante las autoridades, previendo sospechas y acusaciones, dada su intención de regresar. Por otro lado, se muestra como exaltado antijesuita en otro opúsculo de ese mismo año: Memoria de la vida política y religiosa de los jesuitas, donde se prueba que no han debido volver a España por ser perjudiciales a la religión y al Estado. Escrita en obsequio de Dios, del Rey y de la Patria. Esto no implica que fuera anticlerical, porque la inquina ante la Compañía de Jesús tenía larga raigambre, incluso en otras organizaciones dentro de la Iglesia Católica.
De un año después, impreso igualmente en Madrid como el resto de su obra, es El remedio de la melancolía, la floresta del año, o colección de recreaciones jocosas e instructivas. Obra nueva que contiene lo que se ha escrito e inventado mas agradable por autores modernos hasta el año de 1821, en clase de anécdotas, apotegmas, dichos notables, agudezas, aventuras, sentencias, sucesos raros y desconocidos, ejemplos memorables, chanzas ligeras, singulares rasgos históricos, juegos de sutileza y baraja, problemas de aritmética, geometría y física, los más fáciles, agradables e interesantes. Traducidas y recopiladas de diferentes autores franceses y otro. Publicado en cuatro volúmenes, este popurrí apenas contiene nada de original, como el mismo autor confiesa, aunque algo debieron encontrar inmoral o contrario a la fe en sus páginas, porque en 1827 la obra fue incluida en el Index Librorum Prohibitorum romano.
Agustín Pérez Zaragoza esta particularmente activo en ese 1821 y entrega también a la imprenta Historia de zorrastrones, o descubrimiento interesante de las finas y diabólicas astucias de los caballeros de la industria, rateros y estafadores. Se trata de una traducción del francés en dos volúmenes, con algunos cambios particulares en su redacción por parte del autor español. Aunque no he tenido oportunidad de leerlo y cotejarlo, apunto para futuros investigadores la sospecha de que, vistos los precedentes, quizá la obra que le sirvió de inspiración fuera otra de Cuisin, pues en ese mismo año había publicado una Les Farces nocturnes des contrebandiers et des fraudeurs. Recueil contenant un grand nombre d’anecdotes très-amusantes et très-récréatives, de tours, ruses, finesses et stratagèmes extrêmement ingénieux, comiques ou audacieux, imaginés et employés pour frustrer les droits. Par un ancien douanier. Paris, Corbet, 1821.
Un exitoso producto de su pluma será La nueva cocinera curiosa y económica y su marido el repostero famoso, amigo de los golosos. Tres volúmenes publicados entre 1823-1825 en la imprenta de Eusebio Álvares. Aquí teoriza sobre gastronomía y ofrece recetas.
Inmediatamente después, Pérez Zaragoza publica otros cuatro volúmenes, el último de ellos en 1826, esta vez de una Enciclopedia de la Juventud, o sea Compendio general de todas las ciencias, para el uso de los colegios, escuelas y pensiones de ambos sexos, de nuevo una traducción que el autor español enriqueció a su criterio. De esta obra pedagógica, la parte consagrada a la mitología gozó de una reedición como volumen exento.
De carácter edificante, y también de 1826, es La virtud, o sea, retrato perfecto de un hombre honrado, un compendio de recetas morales. En este caso el autor no confiesa traducción alguna, pero tan aficionado era Pérez Zaragoza a hurgar en obra ajena que la originalidad de esta obra habrá que dejarla en cuarentena a la espera de que algún investigador le dedique un estudio detallado.
Sí son traducciones reconocidas algunos textos autógrafos llegados hasta nosotros fechados en 1830 y que seguramente nunca llegaron a la imprenta. Uno de ellos es La Resurrección de los muertos. Diálogo de los modernos. Desconozco su procedencia, pero dado el historial de Agustín Pérez Zaragoza y que la obra consiste en una serie de diálogos imaginarios entre personajes históricos, la mayor parte franceses, podemos suponer el origen gálico. Otro de esos manuscritos procede de Goldoni, la obra teatral El hombre adusto y benéfico: comedia nueva en tres actos (Il burbero benefico).
Todo lo referido hasta ahora no habría merecido alusión alguna de Agustín Pérez Zaragoza en los tratados sobre literatura decimonónica. Si le tenemos en alguna estima es por la empresa que le embarcará durante 1831: la publicación a costa de su bolsillo de la Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas.
La mezcla de lo melodramático y lo moralizante ya venía gestándose y logrando un gran éxito entre el público burgués desde mediados del siglo XVIII con las novelas de Samuel Richardson. Este tipo de narrativa sentimental, aún de corte clasicista, irá poco a poco impregnándose de una nueva sensibilidad más oscura y fantasiosa, como la que ya revela su contemporáneo Edward Young, cuyos Pensamientos nocturnos se publicaron en el periodo 1742-1745, muy pocos años después que la célebre Pamela. Fantasmas y diablos, sepulcros, mazmorras y ruinas a la luz de la luna, tormentas cruzadas por el rayo, bajeles azotados por las olas… Toda esa imaginería se convertirá en cotidiana en la novela de las últimas décadas del ancient régime y servirá como heraldo del Romanticismo. En España nos procura en 1789 las Noches lúgubres, de Cadalso, imitación de Young; pero es la influencia de la novela histórica a la manera de Walter Scott y también los novelistas góticos, en especial Ann Radcliffe y sus émulos, los que acabarán por dejar una huella duradera en la literatura en castellano. Tanta abundancia de traducciones de originales galos y anglosajones llega a preocupar a muchos críticos: «Nuestra nación en otros tiempos original, no es otra cosa en el día que una nación traducida. Los usos antiguos se olvidan y son reemplazados por los de las otras naciones. Nuestros libros, nuestras modas, nuestros placeres, nuestra industria y hasta nuestro modo de pensar, todo es ahora traducido», escribe Mesonero Romanos en 1828.
No obstante, cuando Zaragoza publica sus relatos aterradores, E. T. A. Hoffman sigue inédito en español. Tampoco clásicos de la novela gótica inglesa, como los irreverentes Frankenstein, Vathek o Melmoth se habían publicado aún en la península. Existía, por ejemplo, una versión de 1822 de El monje salida de imprentas francesas para burlar la censura o de El vampiro de Polidori, atribuyéndolo a lord Byron. Sobre todo lo que más triunfa son las traducciones de Radcliffe —tres de sus novelas ya se habían publicado en nuestro país antes de 1831, aunque su obra más famosa, Los misterios de Udolfo aparecería por primera vez un año después que la Galería fúnebre— y arrastran tras ella apócrifos procedentes del francés y textos menores de sus discípulas, como las novelas escritas por Sophie Lee, Elizabeth Helme o Regina Maria Roche. No parece que Agustín Pérez Zaragoza conociera el inglés, aunque se manejaba con soltura en la lengua francesa, así que tuvo a su disposición abundantes obras no traducidas al español.
Muchos lectores españoles, cansados de textos de instrucción religiosas, evocaciones a Grecia y Roma o amores entre pastores, mostraban interés por estas novelas rebosantes de emociones fuertes. No todos los escritores estaban dispuestos a ofrecérselas. Los debates literarios entre «romancescos y clasiquillos», es decir decir entre los seguidores de la nueva invasión romántica y los defensores del baluarte neoclásico, hacían a menudo hincapié en los desafueros de la imaginación excesiva y el gusto enfermizo por lo lúgubre, delirante y pasional. Los detractores de todo lo romántico encontrarían buena argumentación en el sensacionalismo lúgubre de la novela gótica. Así opinaba un crítico anónimo en la Crónica científica y literaria el 16 de noviembre de 1819:
«¿Qué legión de espíritus tenebrosos se ha apoderada de los escritores de nuestros días? ¿Qué sed de horrores atormenta sus desarregladas imaginaciones? Los griegos, en sus obras de imitación. no pintaban otros crímenes sino aquellos que formaban parte de la historia mitológica, y que emanaban de los irresistibles decretos de la fatalidad. Aun en estos casos usaban con mucha parsimonia de las ideas atroces y horrorosas, y no cargaban la mano a la pintura del mal, contentándose a veces con indicarlo. Pero en nuestro siglo hemos adelantado mucho en esta carrera. Gracias a la literatura de los pueblos septentrionales, los personajes de los dramas y novelas son asesinos, salteadores, brujas, magos y corsarios, diablos y hasta vampiros. Sí, señores. Un vampiro es el héroe de cierto poema que se atribuye a lord Byron, por la conocida propensión de este alegrísimo joven a semejantes personajes».
En este panorama, alguien que había vivido en Francia las modas que recorrían Europa decidió tomar papel y pluma y producir una obra a la que augura éxito comercial. Se trataba de una colección de relatos y novelas cortas agrupadas bajo el epígrafe Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas.
Constaba de doce tomos en octavo con una media de doscientas páginas cada uno —172 tenía el primero; 282 del último, aunque este contenía la lista de suscriptores—. El autor firmaba como Agustín Pérez Zaragoza Godínez en la portada y como Agustín Zaragoza y Godínez en la dedicatoria a la regente Doña María Cristina de Borbón. Se estampó en la imprenta de J. Palacios, en la calle del Factor, que al menos en la segunda década del siglo XX todavía estaba en actividad, aunque con sus talleres trasladados a Arenal 27. En Madrid estaba a la venta en la librería de la viuda de Cruz, «frente a las covachuelas». El autor y financiador de esta empresa literaria preparó un prospecto con las características y contenidos de la edición, a la espera de captar suscriptores o compradores de números sueltos. De este prospecto, que pasaría a formar parte del libro como texto del «Prolegómeno», hizo una amplia difusión en la prensa de la Corte. Posteriormente, en lugares como el Diario de avisos o El Correo fueron apareciendo recordatorios, a medida que se publicaba cada uno de los nuevos volúmenes.
El medio periodístico que más se ocupó de la obra de Pérez Zaragoza fue el Boletín de Cartas Españolas, publicado por el afrancesado José María de Carnerero tras regresar a Madrid de su exilio parisino, siguiendo el modelo de la Revue Française. Durante su primer año de vida, 1831, en la sección de «Miscelánea», donde igual se habla de un temblor de tierra que de un espectáculo de fieras, aparece en la página 200 una reseña de la obra de Pérez Zaragoza:
«PUBLICACIÓN NUEVA. — Pocas habrá, entre cuantas se ofrecen al Público, que presenten un título más sorprendente que la que se se anuncia en un Prospecto que tenemos a la vista. Su autor, D. Agustín Pérez Zaragoza Godínez, si la venta de su libro corresponde al aliciente, puede luego contar con que le ha caído la lotería. Por de pronto digo que hay que apostar ciento contra uno a que no ha errado el cálculo. ¿Qué niño, qué criado de servir, qué aguador de fuente, qué artesano por las noches de invierno, qué dama sentimental y patética, dejarán de saborear el deleite que han de proporcionarle las páginas que se están imprimiendo en casa de Palacios? ¿Y en qué Palacios ni en qué chozas, tómese la cosa por alto o bájese al vuelo, dejarán de dar pasto a la curiosidad las inauditas e incomparables aventuras con que rechinan las prensas de la calle del Factor? Bromita parece; pero no lo es, y desde luego preveo las convulsiones, las agitaciones nerviosas, los calofríos y trasudores que amenazan a la turba leyente. Para que no se diga que exagero, ni me tenga por visionario, me limitaré a copiar el título de la enunciada obra y dice así:
»OBRA SINGULAR, osea GALERÍA FÚNEBRE de especros y sombras ensangrentadas; o bien: El historiador trágico de las catástrofes del linaje humano; colección curiosa, instructiva y divertida de prodigios, acontecimientos maravillosos, apariciones nocturnas, sueños espantosos, delitos misteriosos, fenómenos terribles, crímenes históricos y fabulosos, cadáveres ambulantes, cabezas ensangrentadas, venganzas atroces, casos sorprendentes; y en fin, un cuadro histórico de los tristes efectos de las pasiones humanas, para lograr las fuertes emociones del terror, que son las que inspiran horror al crimen.
»Solo resta que añadir que esta Galería fúnebre constará de unas treinta historias trágicas, interpoladas de algunas novelas, y que hay que acudir para adquirirla a la librería de la viuda de Cruz. Aunque dicha librería es fronteriza a las Covachuelas, no se crea por eso que la lectura del Historiador trágico sea cosa de juguete.»
Aunque sabemos que en las páginas de Cartas españolas colaboraron Estébanez Calderón, Mesonero Romanos, Ventura de la Vega y Bretón de los Herreros, entre otros, ignoramos la autoría exacta de esta reseña, como tampoco la de las que seguirán. En la página 228 —cada entrega tenía dieciocho páginas, sin fecha impresa, pero llevaban numeración correlativa para ser encuadernadas en tomos—, vuelven a ocuparse de lo que parece haberse convertido en fenómeno, al principio con comentarios que parecen tomarse con sorna el éxito; después con franca admiración. En este caso arranca en la misma primera página, bajo el título de cabecera:
»PUBLICACIÓN NUEVA. Galería fúnebre, o sea El historiador trágico. Obra de don Agustín Pérez Zaragoza Godínez.
»Hemos hablado de la obra singular, que con título Galería fúnebre debía darse a la luz. En la Gaceta del 25 del corriente ha circulado con efecto el Prospecto. Dijimos que esta producción tendría gran despacho… Dígalo el librero, que el primer día no tuvo manos para apuntar suscripciones y despachar ejemplares. La obra es terrible; ¿pero quién duda de la eficacia de la mostaza, cuando se trata de que las salsas sean picantes?
»Desde luego volvemos a asegurar que con esta publicación le ha caído al señor Zaragoza la lotería. La venta del libro ha de tocar en locura; y para Zaragoza, lo mismo que para otra ciudad, pueblo, aldea o villorro, este lucrativo modo de loquear es lo que se llama encontrar la piedra filosofal. En cuanto a nos, hemos leído los dos primeros tomos y hallado en ellos un interés extraordinario. El que lea un volumen, leerá los siguientes. En el primero se halla la historia de Bristol o el Asesino carnicero, y la de la Morada de un Parricida. El segundo contiene La Princesa de Lipno y El alcaide de Nochera. Los extravíos y horrores a que suelen concudir las pasiones amorosas, cuando no hay freno que las contenga, forman por lo regular el fondo de las aventuras que se describen en esta obra. Por eso dice el señor Zaragoza Godinez en su Prolegómeno o Introducción analítica, que al ver sus historias “se estremecerán sus lectores, perderán sus facultades intelectuales y se inflamará su corazón”. Sabemos muy bien que este es un modus loquendi, y convenimos con el autor en que la lectura de los grandes infortunios del hombre no deben tener el simple objeto de la diversión, sino también el de preparar el camino a todas las desgracias de la condición humana. Familiarizarse con la imagen de la adversidad, puede ser a veces muy conveniente para saber evitarla.
»El autor no presume que su obra no sea criticada, y de antemano prevé quienes serán los que más se ceben en su censura. Conviene oírle a él mismo, en ciertas pinturas que presenta:
»”Si esta obra (dice) llegase a manos de un petimetre, de los muchos que hay tan ignorantes como afeminados, y que nunca conocieron el placer de las grandes impresiones del alma, es posible que al momento la arroje con desprecio, sin haberla leído. Siempre tonto, siempre lleno de ámbar y de insolencia, empalagoso en todas partes, no podrá distraer su vista, consagrada exclusivamente al tocador, ni revivir sensación alguna, aunque sea la copa emponzoñada de Rodoguna”.
»Para pintar lo superficiales que suelen ser semejantes entes añade:
»”En el momento mismo en que Orestes, cruelmente vendido por Hermione, despliega sus furiosos celos, he visto yo en el teatro a un Adonis, de estos que hoy día se conocen por el nombre de lechuguinos, merengues, suspirillos y otros, salir de un palco con la mayor indiferencia y frialdad, haciendo ruido con aire burlón, y marcharse a hacer señas y carantoñas con sus gemelos a otro palco, interrumpiendo la atención del público. Este mono tiene muchos imitadores”.
»Las mujeres críticas, que podrán no gustar de esta obra, dan también materia a los epigramas del señor Godinez. Oigámosle:
»”También hay en el bello sexo muchas figureras remilgadas, que con unos paracaídas por gorros llaman a todo el mundo la atención en el palco. Y estas, en la escena más sorprendente de una pieza, momeras de profesión, revientan de risa o más bien afectan reírse, por enseñar el esmalte de sus dientes y el carmín de sus labios de rosa, color comúnmente prestado. Los chulitos que las rodean, la espalda al actor, apuntan en todas direcciones con su lente, hacen mil movimientos, se componen el pelo ensortijado y salen con sus gesteras del teatro… Los aplausos no son ya de gente de tono: un caballerito comme il faut, es decir, un elegante, un lechugino, un flamante, un merengue, debe tener un gusto estragado sobre todas estas cosa, y fuera vergonzoso tener el menor sentimiento de aquellos que inspira la misma naturaleza. Es, pues, inútil escribr para esta clase de entes, que hasta en su figura degeneran de la especie humana: muñecos almivarados, pajas doradas que nunca fueron más que el simulacro de la virilidad, etc.”
»Así como el autor explica los efectos que la lectura de su obra podrá producir en loso varones, da una pincelada sobre los resultados que producirá en las hembras que la lean. La descripción siguiente es digna de figurar en este extracto. Dice así el señor Godínez:
»”La joven que, hallándose en su cuarto, en medio de un desierto lleno de malezas y bosques, no teniendo otra música que los gritos lamentosos de lechuzas y mochuelos, en una noche tempestuosa, tuviese el arrojo de ponerse a leer esta Galería fúnebre, graduaría de imprudente muy en breve su resolución; pues ya veo erizados sus cabellos, palpitar velozmente su corazón y ofrecer en sus ojos la imagen del terror. La situación de esta señorita debe ser muy crítica, si llevada de su afición a esta clase de obras horrorosas se le ocurre tomar un tomo de la Galería mientras la rinde el sueño. Es media noche: hora fatal del crimen y del silencio. Este es el momento que ha escogido para leerla; más apenas lee algunas páginas, se llena de inquietud, mira a todos lados, tiembla, se atraganta, se abraza de una silla, se erizan sus cabellos, ve revolotear fantasmas espantosas detrás de su asiento… Un espectro en su alcoba, corviéntense en figuras espantosas los dobleces de sus cortinas, cruzan duendes por todas partes; sus vestidos, colgados de una percha, son ya en su imaginación fantasmas que la amenazan con feroces miradas; su gorro, adornado de guirnaldas, al través de las sombras de la luz, es un dragón volando; oirá el estruendo de cadenas estrepitosas; y en fin, tal será el estado de su imaginación que hasta el gato será para ella un ser mágico sospechoso y todo se le transformará en visiones. Últimamente, para colmo de su desgracia, el viento agita y hace crujir las puertas, y cree ser una cuadrilla de asesinos que sube sordamente la escalera. Se arrebata: su primer impulso es arrojarse de la cama. Se arroja, en efecto, y con tal celeridad y aturdimiento que apaga la luz; quiere tirar de la campanilla, no acierta. Grita. Se enreda en las cortinas y, no dudando ya de que la detiene una mano homicida, se queda inmóvil y cae desmayada. Se anuncia entretanto la aurora y, al presentarse el brillante astro luminoso, vuelve en sí despavorida; respira con libertada y, examinando con espíritu tranquilo los objetos de sus visiones, se ríe y se avergüenza de su pusilanimidad.”
»Por fin dejemos a la señorita, vuelta en sí, después de tan tremendas angustias, dar gracias al señor Godínez por el buen rato que la ha proporcionado y si, generalizando algo más el cuadro, queremos enriquecer el efecto que producirán estas lecturas, no tenemos más que trasladar las breves líneas siguientes:
»”Mayor será el placer y diversión de las tertulias y reuniones que comúnmente hay en las lóbregas y mugrientas cocinas de las aldeas, en las que nunca falta un sacristán o barbero que entretenga a las viejas con cuentos o lea algún libro para que bailen el huso y no se duerman, pues a cada página de Galería se mirarán unos a otros, con sus caras macilentas, clavándose los ojos, espantados al oír tan tristes tragedias y casos tan lastimosos.”
»En vista de los dicho, ¿habrá quien dude que tiene muchísima razón el autor cuando, ponderando el motivo de su obra, establece que “bien coloque la escena en la abrasadora Andalucía o bien transporte a la mortífera Calabria, bajo los fuegos del cielo italiano, por todas partes se lisonjea de poder inspirar el mayor interés”?
»Hace muy bien el señor Godínez de aconsejar al lector que le siga a la luz opaca de sus lámparas lúgubres, hasta aquellas sinuosidades pérfidas y catacumbas infernales; y nosotros también le aconsejamos que vaya a la librería de la viuda de Cruz, y que se suscriba a esta obra singular y extraordinaria. Así será sin remedio, y desde luego anunciamos al señor Godínez que el despacho de su libro no será menos portentoso que le material que le compone. Como especulación de librería, creemos que el Espectador trágico tendrá mucho de cómico y de ameno para el que le ha escrito.»
No toda la prensa en aquellos días se limitó a reproducir reseñas más o menos elogiosas o a ponderar lo que se estaba convirtiendo en fenómeno, en un verdadero éxito de ventas. El 8 de julio de 1831, el Correo de Madrid publicaba una carta abierta de una pareja de escritores, Julián Anento y Benito Sebastián Castellanos, que no solo cuestionaban la originalidad de la Galería fúnebre, sino que también se titulaban como damnificados por la actividad editora de Agustín Pérez Zaragoza:
»CORRESPONDENCIA. CRÍTICA.
»Señor editor: acabamos de ver con sorpresa un larguísimo prospecto, por el que ofrece al público el Sr. D. Agustín Pérez Zaragoza Godínez una famosa Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas, de la que tiene la gracia de llamarse autor. Tanto por este engaño con que el dicho señor pretende elevarse, cuanto porque la obra que está publicando con el modesto y más adecuado título de La poderosa Themis o los Remordimientos de los malvados es la misma, y aún podría decirse que tal vez es el modelo por donde se hayan escrito las exageradas catástrofes del linaje humano, pues que apenas se muda el lenguaje, nos vemos como verdaderos traductores y legítimos autores de tres novelas aumentadas en dicha obra en la precisión de hacer al público una sencilla manifestación para que aparezca cada uno como realmente sea. En los dos tomos publicados hasta ahora de la fúnebre galería se comprenden cinco novelas de las que están ya publicadas en La poderosa Themis, que son: Bristol o el Carnicero asesino con el nombre de El Carnicero inglés o La lámpara pavososa; La morada de un parricida, con el de El Parricida; La Princesa de Lipno con el de La Morada del asesino, y La bohemiana de Trebisonda, esta ya impresa en el tomo cuarto y último de nuestra obra, que va a publicarse en breves días con el mismo título.
»Acaso la anunciada para el tomo tercero con el nombre de La Duquesa de Malfi será, según es de esperar, alguna como las anteriores; pero por lo menos prevenimos al público que las Catacumbas españolas aunque se hallan en el original francés no nos pareció decorosa traducirla, por ser un cuadro ridículo de horrorosos excesos supuestos en la gloriosa guerra de la independencia contra los franceses, cometidos por los partidarios que en aquella época fueron héroes defensores de la península y de nuestro amado Soberano, pues aunque algunos de ellos hayan posteriormente desmentido de sus intentos, en aquellos tiempos no por eso los deja de citar la historia como beneméritos en el año de 1808; y aunque, como supone el autor francés de la Galería, fuesen verdaderos sus crímenes, no estaba en nosotros sino desmentirlos: esta razón, y lo poco que favorece a la religión este escrito, es lo que nos movió a no traducirlo, y la razón última fue la que nos movió a no hacerlo tampoco de la denominada La Guerité de la religieuse ou la Vestaie prevaricatrice, la cual ofendería a nuestros religiosos lectores, pues por mucho que ambas se disfracen no puede ser tanto que no ofenda a nuestras sanas costumbres. En vista de estas razones, el público podrá juzgar si es o no justa la reclamación de os traductores de La poderosa Themis, mayormente cuando además de verter las ideas de las dos obras que les han servido de original, han hecho una porción de reformas, la han aumentado con tres de su propio caudal y añadido con ciento y tantas notas geográficas, históricas y mitológicas.»
Aunque en aquella época la protección de la propiedad intelectual no contaba con las actuales garantías, la acusación de plagio era suficientemente deshonrosa como para que Agustín Pérez Zaragoza se apresurara a responder, publicándose su argumentación una semana después:
«Señor Editor del Correo. Muy señor mío:
»Aunque me sea sensible ocupar el periódico de vmd. con artículos que algunos tacharán quizá de impertinentes, mi honor, y más que todo la circunstancia de haber admitido nuestra amada Soberana con la bondad que la caracteriza la dedicatoria de mi obra, Galería fúnebre, y publicarse esta bajo la Real protección del Rey nuestro Señor (que Dios guarde), me imponen la imprescindible obligación de responder al artículo firmado por D. Julián Anento y D. Benito Sebastián Castellanos, inserto en el número 468 de este periódico, lo que de otra manera no hiciera, por ser demasiado precioso el tiempo para perderle en defensas cuando no hay delitos, y en dar satisfacciones en vez de pedirlas por insultos combinados con sofismas, a los que el silencio es la contestación más prudente, si no mediase también un público respetable y demasiado benigno para mí, a quien cautelosamente se ha intentado fascinar, y a quien yo reverentemente suplico me haga justicia, teniendo en consideración al intento lo que con la debida moderación voy a decir.
»La crítica es una cosa muy cómoda, porque cuando se ataca con una palabra sola por débil que sea, es preciso ocupar páginas para desvanecerla; sin embargo pienso no ser muy difuso para lograrlo, pues el sol y la verdad abaten la niebla y la calumnia solo con su presencia. Tengo en mi favor la luz de la razón que reside en todos los hombres, y esta siempre disipará, como dice L’Harpe, los más brillantes sofismas: L’sprit humain fait en vain des efforts pour corrompre la verité; elle laisse toujours quelque trace lumineuse que la fait reconnaitre.
»Los señores articulistas, verdaderos traductores y legítimos autores de La poderosa Themis o Los remordimientos de los malvados, me acusan ante el tribunal de la opinión pública de que, siendo las novelas que comprenden los dos tomos publicados de mi obra las mismas que ellos han traducido en la suya, tengo la gracia de llamarme su autor. Lástima es que haya yo gastado el tiempo, la paciencia y el dinero en componer e imprimir el larguísimo prospecto de la Galería fúnebre, y los no cortos prolegómeno e introducción analítica con que principia el primer tomo, a fin de que (como digo a la página 22 de este) todo el mundo sepa lo que compra, y nadie se diga engañado, pues a pesar de la claridad y extensión con que me explico todavía hay quien no me ha entendido como deseaba. Me lisonjeo de que no habrá muchos de este número, porque serán pocos los que juzguen con las miras de los autores del artículo a que contesto.
»El que quiera tomarse el ligero trabajo de pasar la vista por el prospecto y prolegómeno de la Galería, no podrá menos de tachar de injusta y temeraria la acusación de los Sres. Anento y Castellanos. Léase el párrafo tercero del prospecto, donde digo: “Si algunas novelas fundadas en la sana moral suelen producir efectos saludables, con mayor causa parece deben lograrse presentando acontecimientos verídicos, horrorosos y sorprendentes, como los que en esta obra consagra su autor a la virtud contra el vicio, tomados los unos de varias obras, y los otros compuestos originalmente sobre los casos que nos han trasmitido las diferentes historias de las naciones.” Léase también el prolegómeno, página 10, donde con distintas palabras repite lo mismo: “Si algunas novelas fundadas en la sana moral suelen producir efectos saludables en las criaturas, con mayor causa deben lograrse estos presentándolas acontecimientos verídicos, horrorosos y sorprendentes, como los que en esta obra se consagran a la virtud contra el vicio, tomados los unos de algunas obras, y los otros sacados de las diferentes historias de las naciones”. Léase igualmente la introducción analítica, donde digo a la página 49: “Pero vaya una introducción (dirán algunos al ver estas digresiones); mas no es intempestivo lo que ilustra sobre la materia y efectos que debe producir una obra; y en caso de ser demasiado prolijo un autor en sus prólogos, siempre merecerá la indulgencia de sus lectores, cuando su profusión se dirija a manifestar su buena fe y sinceridad, y darles la muestra del paño que compran”.
»Diga ahora toda persona imparcial si pretendo elevarme con engaños, y si quiero aparecer de otro modo que como realmente soy.
»Para que pudiese acusárseme con fundamento de que trataba de engañar al público sería necesario se me probase, no que algunas historias de mi colección son traducidas, pues esto harto lo confieso en los párrafos del prospecto y prolegómeno citados, sí que todas lo eran; y aun en este caso no dejaría de ser autor de la colección formada, no de uno sino de muchos autores, sin dejar tampoco de merecer alguna consideración, no por traducciones literales que necesiten después para entenderse un nuevo diccionario, sino por traducciones algo castellanas, inteligibles, libres a veces, reformadas o modificadas según me ha parecido conveniente. Tan lejos de ser cierto cuanto dichos articulistas tienen la gracia de verter en su belicoso y descomedido comunicado, se convencerían por sus propios ojos de lo contrario si tuviesen la paciencia suficiente para esperar el fin de esta obra, que constará de catorce a quince tomos, y ver en ella que de unas cuarenta historias que tengo ya preparadas (con las licencias necesarias), y que probablemente se imprimirán todas por justo tributo de mi gratitud al excelso mecenas que tanto la honra con su soberana protección, las diecinueve son mías: confieso no tendrán el mérito de qu pudieran estar dotadas si hubiese yo tenido la dicha de conocer los talentos y producciones de los señores articulistas, como ellos presumen: mi tosca pluma los hubiera tomado por modelos para realzar con su estilo y castizo lenguaje mis despreciables composiciones y traducciones, considerándome entonces tan venturoso como Cadmo al pie de la fuente de Castalia; los hubiera rogado ser mis mentores y hubiera podido elevarme con sus luces para salir, siempre codicioso de gloria, del triste rango de plagiario y adocenado traductor.
«Nada me admira tanto como la obcecación de estos señores, que no contentos con no confesar de buena fe que una novela de las impresas hasta el día no es traducida, desfiguran la verdad de un modo cauteloso para desacreditarme a la faz del público, que tan benigno fue siempre en dispensar su aceptación a mis cortas producciones.
»Dicen en su artículo que “en los dos tomos publicados hasta ahora de la fúnebre Galería se comprenden cinco novelas de las que están ya publicadas en La poderosa Themis”. Pasan en seguida a enumerarlas, y continúan: “Bristol o el carnicero asesino, La morada de un parricida, La princesa de Lipno y La bohemiada de Trebisonda”. O yo no sé contar o por más que la cuenta se repita nunca saldrán más que cuatro historias de la publicadas en La poderosa Themis. Ni puede ser otra cosa, porque El alcaide de Nochera, segunda del tomo segundo, no está ni es posible esté en dicha obra, pues la he compuesto yo sobre el suceso tomado de la historia.
»Si hubiese tenido la osadía de intentar apropiarme una producción ajena, no soy tan estúpido ni tan insensato que hubiese conservado en la traducción el mismo título del original y la lámina de su segundo tomo, que mandé copiar y grabar exactamente, pues hubiera sido el “borrico hurtado con las orejas de fuera” para hacer más patente mi delito.
»Galería fúnebre se llama la obra francesa, y no me hubiera sido imposible inventar otro título diferente y otra lámina siguiendo el ejemplo de los articulistas, y acaso más adecuado que el suyo; con ese disfraz hubiese conseguido ocultar mi robo a la penetración de estos señores, así como a mí ni aun me pasó por la imaginación, hasta que he visto su fino y modesto artículo, que las novelas de que se compone La poderosa Themis fuesen las mismas que yo pongo en la Galería, pues al ver un cartel me figuré, como algunos se figuraron, sería una obra de jurisprudencia.
»Advertiré, de paso, que aun cuando me hubiese propuesto variar el título de la obra, nunca me hubiera parecido propio el de La poderosa Themis (Themis poderosa hubiera dicho en tal caso), como quieren los señores articulistas, salvo el debido respeto a las razones que pueden tener para fundar su fallo; rasones que no se han dignado manifestar. Para que mi obra se llamase Themis poderosa sería preciso que todos los principales delincuentes que en ella figuran pereciesen a manos de la justicia; pero, no siendo esto así, habiendo muchos a quienes la Providencia castiga del modo propio de su irresistible poder y sabiduría, a la que no pueden ocultarse los delitos que ignorados en la tierra quedan fuera del alcance de sus leyes, no pueden presentarse en una obra, en la que Themis solo debe hacer expiar el crimen a los malvados, y sí en la que por sus título y sucesos se demuestran los tristes efectos de las pasiones, que la espada de la justicia divina, a falta de los tribunales humanos, está siempre levantada sobre todo delincuente encubierto, aunque se oculte en el seno de la tierra. Así se hace ver que ninguno queda sin castigo: este cuadro intimista, reprime al delincuente y produce el fruto saludable de prevenir los delitos antes que Themis poderosa levante el patíbulo para imponer la última pena.
»Inútil será entrar en el examen (hecho ya por la autoridad a quien compete solamente) de si las Catacumbas españolas son un cuadro ridículo, y si la Vestal prevaricadora ofende a los lectores religiosos: el público las leerá, y entonces jugará por sí mismo sin necesidad de que le prepare de antemano. A mí me basta decir, y debiera haber bastado a esos señores articulistas, saber que el respetable religioso tribunal de imprentas ha permitido su impresión.
»Si yo he podido copiar de la Themis júzguelo todo lector: esta parece se publicó en noviembre último; mi prospecto se imprimió ya en enero. Es de creer que entonces ya estaría aprobada la obra, impreso un tomo al menos, y grabadas con anticipación, como lo estaba, una docena de láminas. Cualquiera puede graduar el tiempo que se necesita, y el que se habrá invertido en la censura de una obra tan voluminosa, y en el grabado de doce láminas con el mayor esmero. Las licencias fueron concedidas hace trece meses, como puede informarse el que guste en la secretaría del juzgado de imprentas, y los manuscritos fueron presentados en ella seis meses antes; es decir, que no pensarían aún los articulistas poner a la Poderosa Themis a la cabeza de bandoleros y asesinos cuando ya había yo procurado prevenir la desgracia de que por esa gente fuese inmolada a la menor amonestación que les hiciese, hallándose la pobre señora sola entre forajidos armados de trabucos y puñales, y, lo que es más, siendo el azote y martirio del bellos sexo. En fin, yo no entiendo el griego.
»En cuanto a traducir, tengo el mismo derecho que los señores articulistas, antes, después o al mismo tiempo: aprovéchense de la ventaja que me llevan en su publicación y no pretendan privar al público de tomar lo que más le acomode.
»Algo me resta que decir; pero queda ya a cubierto mi honor para con el público, que es lo que yo más respeto. Por lo demás, baste el silencio diciendo con Fontenelle: Il n’y a rien ou la patience eclate avec plus d’avantages que dans les injures. La injuria perdonada es para el ofendido un título de superioridad sobre el ofensor, y no pretenderé renunciar a esta ventaja. Y concluiré diciendo a los señores Anento y Castellanos, por vía del consejo con el mayor respeto y consideración, que tales artículos o advertencias son cierta especie de remedios que se deben aplicar siempre con las mismas precauciones que los médicos los suyos, pues fuera obrar como empíricos ignorantes el proponerlos sin moderación ni discernimiento. Si no siempre se debe decir lo que se piensa, siempre se debe pensar mucho lo que se dice.
»Dígnese vuestra merced, señor editor, dar lugar a este artículo en su apreciable periódico, y quedará agradecido este su atento servidor Q. S. M. B. 7 de julio de 1831. —El autor de la Galería fúnebre— Agustín Zaragoza y Godínez.
»Post scriptum. Para demostrar su deferencia el autor de la Galería a los de la Themis ha dispuesto que desde este día se halle también de manifiesto al público en un cuadro a la puerta de la librería de la viuda de Cruz la estampa original por la que mandó sacar el diseñó y lámina para la historia de Bristol con la misma exactitud que se verá. De este modo podrá enterarse de ella, pues anunciándola los articulistas como un fenómeno raro y cuerpo de un delito soñado por su buen deseo, no es justo quede sin cumplimiento esta sorprendente resolución sofística, convirtiéndose en prueba a favor del agraviado.»
La polémica sobre la autoría de estas obras debió llamar la atención del público, porque años después todavía se recordaba y era motivo de chiste, como demuestra un artículo aparecido en El Correo de las Damas el 15 de marzo de 1834: «No sé qué ideas melancólicas y tristes me acompañan hace algunos días y me atormentan de tal manera que no parece sino que he leído la Galería fúnebre del señor Zargoza o la famosa e inmortal Themis traducida por… Pero, ¿qué importa a las bellas el nombre de los traductores?»
Detengámonos un momento en la obra competidora en este rifirrafe entre escritores por argumentar quién copiaba más honestamente. La poderosa Themis o Los remordimientos de los malvados, en cuatro tomos, se publicó ese mismo 1831 en español en la imprenta madrileña de Ramón Verges, atribuyendo la autoría en su portada a un Monsieur David, y traducida y aumentada por Julián Anento y Basilio Sebastián Castellanos, marqués de Saulí, notable erudito y personalidad cultural de enorme protagonismo en el Madrid de la época. Hay que decir que, aunque hoy recordamos más a la Galería fúnebre, en su día La poderosa Themis fue una obra que alcanzó bastante divulgación entre los lectores.
La coincidencia de ambas obras imprimiéndose en fechas cercanas resultaba sospechosa, evidentemente, y lo mejor que podemos decir de esta polémica es felicitarnos de que no terminaran en el absurdo de batirse en duelo. Dado que la obra de Pérez Zaragoza incluye episodios que la de Basilio S. Castellanos y Julián Anento obviaron, es razonable suponer que, sencillamente, ambos se apropiaron de las mismas obras, los dos últimos reconociéndolo de principio —la traducción, no la auténtica autoría, que ellos atribuían, recordémoslo, de forma mentirosa a un tal Monsieur David— y Agustín Pérez Zaragoza callándoselo hasta que fue descubierto. En concreto los dos textos de donde procede el contenido casi entero de La poderosa Themis y una parte importante de Galería fúnebre pertenecen a J. P. R. Cuisin (1777-¿1845?), que los daría a conocer en Les ombres sanglantes, galerie funèbre de prodiges, evénemens mervéilleux, apparitions noctures, songes épovantables, etc (Paris, 1820) y Les fantômes nocturnes, ou les terreurs des coupables (Paris, 1821).
En la réplica de Agustín Pérez Zaragoza es interesante el detalle de su plan inicial de catorce o quince tomos que contendría unas cuarenta historias, cuando sabemos que al final la Galería fúnebre se contentó con veinticuatro historias. Y de esas veinticuatro narraciones, unas con extensión de cuento y otras de novela, no todas proceden de Cuisin. Eso no puede llevarnos a inferir que el resto es invención de Zaragoza, solo que desconocemos otras fuentes, si existen. El alcaide de Nochera, que el autor español se atribuye como original, en realidad es versión de una de las historias del renacentista italiano Matteo Bandello, según señala María José Alonso Seoane, y Luis Alberto de Cuenca aporta una semejanza entre «La princesa de Lippo» y un episodio de la novela traducida del francés y publicada en España en 1799 como Las memorias del caballero Lovzinski, historia de la Polonia, aunque después de haber leído ambas obras encuentro ligera la semejanza: el hecho de que una dama es secuestrada en un castillo y que el señor de ese castillo tiene idéntico nombre, Dourlinski.
Solo una búsqueda de títulos similares a los incluidos en la Galería en catálogos de novela francesa de las últimas décadas del siglo XVIII y primeras del XIX podría proporcionar nuevos parentescos literarios. Aún así, este tipo de investigación no generaría una certeza absoluta sobre la originalidad o la copia en la obra de Agustín Pérez Zaragoza, pues sería necesario un conocimiento de esa literatura por lectura exhaustiva y siempre quedaría la posibilidad de textos desapercibidos. Sería hora de que los estudiosos españoles cedieran el testigo en este apartado a sus colegas franceses especialistas en narrativa decimonónica.
¿Hasta qué punto la Galería fúnebre copia al pie de la letra la obra francesa donde sí es coincidente? Si nos sumergimos en una lectura comparada, vemos pronto que en gran medida. Al «Prolegómeno del autor a los lectores» le sigue la «Introducción analítica», donde se recoge de forma extensa la teoría estética y moral que anima la obra. Sin ningún rubor emplea la excusa de que el terror puede servir de enseñanza y apartar al lector de tentaciones que les conduzcan al pecado o al delito, como aquellos padres que —cuentan— llevaban a sus hijos pequeños a contemplar ejecuciones, cuando todos sabemos, y Pérez Zaragoza también, que el escalofrío proporciona un placer propio y cualquier otra argumentación es una coartada hipócrita ante posibles censuras morales. No obstante, el alegato no es propio sino un calco de la introducción de Cousin a Les ombres sanglantes. Veamos un fragmento:
«Que las personas de un gusto relajado, de una instrucción escasa, y poco codiciosas de adquirirla, se ocupan comúnmente de composiciones superficiales y estériles, ya sea en literatura, ya en espectáculos; mas no así las almas bien organizadas, de un carácter reflexivo y sensible que buscan con anhelo las emociones interesantes y aquellos golpes vigorosos, que dirigiéndose al momento a los resortes del corazón, le causan aquellos estremecimientos repentinos que los poetas llaman dulces temblores del terror. El Aristarco francés dice, que en los discursos se debe buscar siempre el corazón hasta conmoverle; porque si por un movimiento natural no se logra inspirarle terror, placer ó compasion, en vano es presentarle una escena importante, pues con frios razonamientos no se hallará mas que tibieza y fastidio en todo lector, que perezoso siempre en aplaudir, y dispuesto a dormirse y criticar los esfuerzos, de la retórica, no hallando cosa que ponga en movimiento sus pasiones, arrojará con enojo el libro y renunciará á volverle a mirar; y últimamente dice, que el gran secreto está en agradar y despertar la curiosidad por ver el fin de una materia que le ha llegado á interesar».
Mientras, el autor francés se pronuncia en términos muy semejantes, casi idénticos, incluso con la misma cita de Boileau:
«Les esprits légers et superficiels se plaisent dans les colifichets, soit en littérature, soit en spectacles; mais les âmes fortement organisées, ainsi que les caractères sérieux et sages, préfèrent de passion ces émotions intéressantes, ces touches vigoureuses qui, s’adressant de suite aux ressorts de l’âme, y causent ces ébranlemens soudains que les poètes ont souvent nommés les doux frémissemens de la terreur. Ma pensée, à cet égard, ne peut manquer de rappeler aussitôt les préceptes du fameux Aristarque français:
«……………………………………………………
Que dans tous vos discours la passion émue
Aille chercher le cœur, l’échauffe et le remue.
Si d’un beau mouvement l’agréable fureur
Souvent ne nous remplit d’une douce terreur,
Ou n’excite en notre âme une pitié charmante,
En vain vous étalez une scène savante.
Vos froids raisonnemens ne feront qu’attiédir
Un spectateur toujours paresseux d’applaudir,
Et qui, des vains efforts de votre rhétorique
Justement fatigué, s’endort ou vous critique.
Le secret est d’abord de plaire et de toucher.
Inventez des ressorts qui puissent m’attacher.»
En descargo de Agustín Pérez Zaragoza, y para no inducir una idea falsa, debo señalar que no todo el texto sigue con tanta fidelidad el original. Se guía por su misma estructura y repite argumentos, aunque en algunos casos obvia párrafos mientras añade otros, resultado al final el texto del autor español más extenso que el del francés. Los paralelismos en las piezas narrativas de la colección, cuando coinciden con Cuisin, son de mayor importancia. Estamos ante algo más que una reelaboración de materiales prestados, aunque no sea tampoco una traducción con las demandas de rigor que ahora exigiríamos. Zaragoza se toma ligeras libertades narrativas, mientras sigue el discurrir del relato francés copiando casi párrafo por párrafo. Para no extendernos más con ejemplos innumerables, veamos cómo Agustín Zaragoza se apodera del texto ajeno en el inicio del relato «La morada de un parricida, o el triunfo del remordimiento».
«Si fuese cierto que el genio profético del fatalismo tiene trazados anticipadamente sobre un libro de cobre los destinos prósperos o adversos de los mortales, no hay duda en que bajo este falso principio de los fatalistas, el hombre destinado ya para empapar sus manos en la sangre del autor de sus dias, es el mas desgraciado de todos los hombres. ¿No valiera mil veces mas entonces que no hubiese nacido, para no venir a ocupar el primer rango entre los seres mas execrables de la naturaleza?»
Apenas hay diferencias con el texto de Cousin:
«S’il est vrai que le génie prophétique du fatalisme ait tracé d’avance sur un livre d’airain les destinées prospères ou malheureuses des mortels, il n’est pas douteux que l’homme qu’il destine à tremper ses mains dans le sang de l’auteur de ses jours est de tous les hommes le plus infortuné. Ne vaudrait-il pas mieux mille fois qu’il ne fût jamais né, que d’occuper le premier rang parmi les êtres les plus exécrables de la nature?»
De vez en cuando, como rasgo divergente, Agustín Pérez Zaragoza se introduce a sí mismo como personaje narrador para expresar sus sentimientos ante los sucesos o unos sentimientos ficcionados, más bien:
«En medio de este espantoso aparato de los elementos enfurecidos, Amedeo… (la pluma tiembla, se resiste, y mi corazón se aterra) sí, Amedeo toma su puñal en la mano, emprende el camino del cuarto del Baron, y guiado por los relámpagos que frecuentemente guían al crímen, llega… entra, y con el rostro enmascarado… marcha, se lanza sobre la lámpara… la apaga, y después… ¡cielos, dadme fuerzas!… se arroja ferozmente sobre el Baron, sobre su padre que soñaba, y le da en el corazón un golpe parricida que el cielo indignado mira con toda su reprobación, haciendo caer un rayo en el mismo cuarto…»
En cambio, el original carece de esas efusiones:
«C’est dans cet appareil épouvantable des élémens en fureur qu’Amédée prend, son poignard à la main, le chemin de l’appartement du baron… C’est, guidé par les éclairs, trop souvent les guides du forfait, qu’il y entre ; le visage enveloppé d’un masque, il marche, il s’élance d’abord vers la lampe qu’il étouffe, ensuite vers le baron qui sommeille, et lui porte dans le cœur un coup parricide, dont le ciel en courroux marque sa réprobation, en faisant en même temps tomber le tonnerre dans l’appartement…»
Lo curioso es que La poderosa Themis, que sí se reconoce en su portada como traducción de una obra francesa, rehace el texto y lo sintetiza en muchos más puntos que la obra de Agustín Pérez Zaragoza, más cercana al texto francés.
¿Qué fue de Agustín Pérez Zaragoza después de la publicación de la única obra que le procuraría alguna fama póstuma? No aparecen giros sorprendentes en su trayectoria, de momento, y en 1832 nos lo encontramos de nuevo con un libro misceláneo de esos que, partiendo de la copia, no debía costarle gran trabajo confeccionar: El entretenimiento de las nayadas: colección de 329 charadas o enigmas puestas en quintillas para dar honesta distracción a las señoritas y hacer más dulces sus labores de invierno. En realidad en este caso Pérez Zaragoza ni se molestó en traducir, pues según Luis Alberto de Cuenca, que debe haberlo leído, se trata de un plagio casi exacto de los Enigmas filosóficos, naturales y morales, publicados por Cristóbal Pérez de Herrera en 1618.
Ya casi no nos queda más remedio de calificar a este escritor como un filibustero de la pluma, que publicaba como negocio y, cuando otras actividades le parecieron más productivas, dejó a un lado las letras sin aparente reparo.
Como ya hemos dicho, nos falta una biografía; pero los documentos oficiales —si algo sobrevive a guerras y catástrofes es el papeleo generado por la burocracia— nos dan noticias de que nuestro autor no se alimentaba solo de laureles literarios, ni siquiera de lo que le producía la venta de sus libros. Su trayectoria fue la de un funcionario que fue escalando puestos hasta alcanzar altos nombramientos pero al que los vaivenes políticos tan propios de nuestro siglo XIX llevaron a la cesantía. La primera pista de su carrera nos lo proporciona un Real Decreto firmado el 14 de abril de 1834 en Aranjuez donde se le nombra secretario de la Subdelegación de Fomento, en Ávila, y aclara que hasta ese momento había sido «empleado en la Renta de Loterías».
Su carrera parece que despega. En agosto de ese mismo año lo encontramos en Lérida como gobernador civil interino, combatiendo una epidemia de cólera. Durante los motines anticlericales del verano de 1835 en Zaragoza, donde se asaltaron conventos y se asesinaron a varios religiosos, nuestro autor es secretario del Gobierno Civil de la provincia, desde primeros de año, bajo las órdenes de Pedro Clemente Ligués Navascués, político liberal cesado de sus cargos públicos con la vuelta del absolutismo e incorporado de nuevo a la Administración con la muerte de Fernando VI. Dado que Ligués nació en Cintruénigo, y cabe en lo razonable que por conocimiento personal intercediera para que Agustín Pérez Zaragoza consiguiera el cargo, tal vez nos encontremos con otra pista que nos conduce a un origen navarro de nuestro autor.
En la Junta organizada tras el pronunciamiento del 9 de agosto, Agustín Pérez Zaragoza es nombrado Gobernador Civil interino. Aunque la Junta sería disuelta pronto, las revueltas liberales forzaron un giro político en la reina regente, quien en septiembre destituía al conde de Toreno como presidente del consejo de ministros y colocaba en su puesto al progresista Juan Álvarez Mendizával. En octubre, María Cristina firma el nombramiento de Agustín Pérez Zaragoza y Godínez como Gobernador Civil de Huesca.
Solo un año disfrutó el escritor de tan alto puesto. Es enviado unos meses a Girona para cubrir interinamente la plaza y el 4 de enero de 1838 se le otorga en propiedad el cargo de Jefe Político de Castellón, lo que en aquel entonces equivalía a Gobernador Civil. No arrancó en la costa mediterránea la última hoja del calendario aquel año, pues fue sustituido por José Melchor Prat. Seguramente la pérdida de influencia de Mendizával durante el «trienio moderado» (1837-1840) trajo consigo el desplazamiento de muchos de sus partidarios de cargos públicos en la Administración. El caso es que en 1837, tras un silencio literario de un lustro, vemos a Agustín Pérez Zaragoza empeñado de nuevo en trabajos literarios, publicando en Madrid una traducción de Antoine Pigault-Lebrun: Mi tío Tomás; o sea, el hijo natural de Rosalía la morena.
Estás son las últimas noticias que hemos podido reunir sobre el personaje. A partir de ese momento se desvanece y no deja huellas que podamos seguir. No volvió a publicar nada con su nombre. No hemos encontrado en la prensa ninguna nueva relación de actividades políticas o artísticas. Nadie se preocupó de redactar una semblanza o reivindicar su figura, de ahí nuestra imposibilidad de trazar un retrato de su vida íntima. No aparecieron esquelas o elegías que nos señalen el momento de su muerte.
Más de cuarenta años después, el 5 de julio de 1879, la Gaceta de Madrid publicaba la siguiente nota, en función de Boletín Oficial del Estado:
«MINISTERIO DE GOBERNACIÓN.
Ordenación de pagos por obligaciones de este Ministerio.
Por la presente se cita y emplaza por segunda y última vez a D. Agustín Zaragoza y Godínez, Jefe político que fue de la provincia de Gerona en los meses de abril a diciembre de 1837, para que por sí o por medio de apoderados o herederos si hubiese fallecido, se presente en esta Ordenación o en el Gobierno civil de Gerona dentro del plazo de 30 días, contados desde la publicación de este anuncio, a recoger y contestar un pliego de reparos deducido por el Tribunal de Cuentas del Reino en las de totales y líquidos de la citada provincia; en la inteligencia de que si no lo verificase le parará el perjuicio a que haya lugar.
Madrid 3 de julio de 1879. —El Ordenador, Diego Vázquez.»
Está claro que si el escritor y futuro gobernador civil se acercaba a los treinta años cuando los españoles se levantaron contra la ocupación francesa, en 1879 sería casi centenario, así que lo más probable es que estuviera muerto. El documento, sin embargo, es sintomático: el autor de la Galería había desaparecido de escena sin que nadie, ni la Administración que le había empleado, tuviera la más mínima noticia de él. ¿Ese pliego de reparos del Tribunal de Cuentas pueden hacernos sospechar una mala gestión durante sus años en altos cargos, descubierta después por una auditoría, suficientemente delictiva para animarle a desaparecer? ¿Su nombre y presencia dejó de ser evidente, dejó incluso de publicar porque no le interesaba ser localizado? ¿O todo se explica de forma mas sencilla: un fallecimiento repentino, quizá lejos de todos quienes le conocían? Especulamos con opciones novelescas, aunque no me negarán la extrañeza de que una persona que ocupó puestos de designación política no mereciera ni unas líneas en los periódicos a raíz de su muerte, de haberse conocido. Hay momentos en los que la investigación literaria adopta giros propios de las narraciones policíacas.
A la espera de que algún historiador avezado en desbrozar archivos nos desentierre nuevos documentos reveladores, lo que aquí les he referido es cuanto sabemos sobre Agustín Perez Zaragoza y Godínez, uno de los padres de la novela gótica en España.
APÉNDICE: Sumario de «Galería fúnebre».
Volumen I:
«Historia Trágica 1ª: Miladi Herwort y Miss Clarisa, o Bristol, el carnicero asesino».
«Historia Trágica 2ª: La morada de un parricida, o el triunfo del remordimiento».
Volumen II:
«Historia Trágica 3ª: La princesa de Lipno, o el retrete del placer criminal».
«Historia Trágica 4ª: El alcalde de Nóchera, o Nicolo, señor de Forliño».
«Historia Trágica 5ª: La bohemiana de Trebisonda, o un sequín por cabeza de cristiano».
Volumen III:
Historia Trágica 6ª: La duquesa de Malfi.
Historia Trágica 7ª: Las catacumbas españolas.
Volumen IV:
Historia Trágica 8ª: Camila y Livio, o los efectos de un amor desgraciado.
Novela: El pescador, o rasgo de nobleza de Mansor, rey de Marruecos.
Historia Trágica 9ª: Las víctimas de Belona, o la muerte gloriosa del príncipe Poniatowski.
Volumen V:
Historia Trágica 10ª: El falso capuchino.
Historia Trágica 11ª: Cornelio y Camila, o locuras de amor.
Historia Trágica 12ª: Dompareli Bocanegra.
Volumen VI:
Historia Trágica 13ª: Blanca María, o la condesa de Celán.
Novela: Angélica, o los Salimbenes y Montanes.
Vol. VII:
Historia Trágica 14ª: La bella mantuana, o Julia de Gazola.
Historia Trágica 15ª: Emilia y Fabio, o tristes efectos del amor.
Historia Trágica 16ª: Carmosina y Maximino.
Vol. VIII:
Historia Trágica 17ª: Los dos crímenes.
Novela: Los castillos del aire.
Vol. IX:
Historia Trágica 18ª: Varinka, o efectos de una mala educación. Historia rusa.
Historia Trágica 19ª: El esclavo moro, o crueldad sobre crueldad.
Historia Trágica 20ª: Clotilde y Lirinio.
Vol. X:
Historia Trágica 21ª: El judío bienhechor, o Elvira y Teodoro. Tomo I.
Vol. XI:
Historia Trágica 21ª: El judío bienhechor, o Elvira y Teodoro. Tomo II.
Vol. XII:
Historia Trágica 21ª: El judío bienhechor, o Elvira y Teodoro. Tomo III.
Hola queridos amigos:
Desde Historias Pulp realizamos una publicación llamada Fiction News en la que durante el año 2020 estuvimos dedicando la editorial a autores de Ciencia Ficción o terror un tanto olvidados de la literatura española. Este año seguimos en esta línea y hemos seleccionado a Agustín Pérez Zaragoza. Buscando datos sobre este autor nos hemos topado con vuestro interesante articulo. Dado que Pérez Zaragoza no es un autor del que se pueden conocer muchos datos biográficos hemos tomado como fuente este artículo que , por supuesto, citaremos pertinentemente. Una gran labor. Gracias y saludos.
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Por supuesto que contáis con mi permiso. Me alegra que el artículo os haya resultado de interés. (Armando Boix)
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